Cántico de la creación
Por qué
seguís tenaces, con las manos
abiertas
tocando
mi sotana,
instándome
a que os diga por qué Dios se puso a sembrar estrellas por los
[vastos dominios
del Padre
si es tan
sencillo mirar a lo largo,
llevarse
la mano al arco de las cejas y dejar los ojos así
mirando?
¡Oh
amigos, amigos! He oído vuestros gritos preguntándome.
¿Atenderéis
si os hablo?
¿Veréis a
Dios caminar despacio, detenerse en las esquinas,
saltar
los arroyos, cual un niño travieso pronto a divertirse con el juguete
[recién
hecho;
arrojarse
al mar para sacar los peces,
siempre
hermoso, con sonrisas como anillos discurriendo por su boca,
siempre
montando en su carro de oro, con su manto de púrpura
[y dos yeguas mellizas?
Nosotros
deberíamos estar allí.
A
hurtadillas asomarnos al primero,
y hablar
muy alto para decirle a Dios:
Otra vez
repetir el paisaje, las zarzas, la rama del pino,
el sol
persiguiendo la noche, amándola,
deseando
poseer sus ojos como centellas,
sus pies
ligeros como corzas cubiertas con gasas negras.
¡Oh
amigos, amigos! ¿Resulta tan bello para mí rozar el manto de dios,
con
frecuencia pulsar de improviso sus bordes,
dejar
olvidado en las zarzas un cachito de amor para avanzar al cielo,
inclinarme
al rezo con frecuencia
y, alguna
vez, soñar que estoy palpando pétalos con rosa!
¡Oh! Los
dedos de Dios tamborilean jubilosos
la piel
del paquidermo gris.
Vienen
los brotes, las hojas de laurel para coronar al héroe,
la yedra
se hace para la impaciencia de la tapia;
esa
inmarchita hoja para bogar con un pájaro encarnado;
se
alinean diestramente los álamos detrás de los caminos
y seres
nuevos quedan expuestos como una lámpara de aceite.
El humo
hurga la piedra, la altura y la recubre,
y el
sauce se inclina humilde, pobre mendigo golpeando las puertas.
¡Ah!
¿quién sino Dios os puede ofrecer manzanas?
Pero,
¿quién sino el poeta ofrecerá los vinos mejores de pétreos lagares o las
[viñas
terrosas del Señor?
Dios os
conjura para apoyarse en vuestros hombros,
Para
regalarnos también hilillos de su propia fragante cabellera,
sacándose
de su mismo bolsillo monedas de oro para dotarnos luego.
¡Oh!
Vosotros: mirad bajo la hierba a la hormiga impacientar los músculos, ligera
moverse, sus piernas aquietar así que encuentra azúcares que la rosa en
[su
cáliz alberga;
miradla
trepar al árbol y acribillar su piel con flechas,
odiar la
tormenta que atosiga la entrada,
andar de
un lado para otro –temblona, vacilante- preguntando por el
[convento o la
abadesa.
Quizá la
montaña se escape; caiga telegrameando sus columnas
en
amplios horizontes de tierra por donde el trigo crece.
¿En qué
constelación se retorcerán las nubes para horadar el crepúsculo?
He aquí
lo que es la airada mano de Dios, guadaña
con cuyo
gesto tiemblan langostas y los senos no crecen ya más.
Y a lo
lejos se enlaza
la imagen
del vacío a través de los pájaros;
las
pupilas detiénense mirando arrancar la carroza real,
tirada
por bestias nobles que, impacientes, arriman a la tierra la boca
escoltada
por el gozo de haber comprendido que Dios la penetra.
Dios ha
bajado al jardín para cortar lirios amarillos,
una a una
contar las crías del ganado,
pasearse
deslumbrador con la aurora para decir muy alto:
¡Oh amigos! Los toros se levantan salvajes, golpean furiosos el suelo,
haciendo
notar al universo que han nacido para cornear al viento, hostigarle,
para
incluso vedarle el gozo de voltear la briznilla de hierba.
Dios
parece encorvado, siempre alerta en la investigación de adivinarse
[a sí mismo
lo que piensa.
Ahora
empuña el aúlico emblema, entretanto ordena a los ángeles
se alejen
a incendiar con burdas estofas las mejillas de los astros,
trasmutar
las fórmulas,
sostener
que la espiga es un escolar que suma de prisa.
¡Oh! Veo correr los potros, libres, frenéticos,
marchitando
los pliegues de luna en la pradera,
predestinados
a piafar colmadamente por donde se mecen
los
aúreos rayos del sol, tal un príncipe indio.
Y Dios se inclina, se semihunde por la tierra,
para
crear colores,
para
dotar con ellos a las cosas,
para
pintar las cosas con pinceles,
para
borrarles las cuatro dimensiones del desorden.
A la
redonda mariquita incendia de granate;
Luego
moja el
pincel en negro y la fustiga a lunares.
A la
verde ranita predice los juncos para que viva oculta en sus raíces;
a los
insectos deja
que
canten a fines del invierno;
y se
emociona un poco al escoger la alberca para apoyar sus nevadas
[sandalias.
Amigos,
yo
entiendo ahora,
comprendo
por qué Dios se acerca a remedar al chopo,
tildar de
mimos a los ríos;
por que
Dios coma pone de lunas a los huertos
y
derrumba la flor contra el ocaso,
para que
estrellas tiemblen en la altura.
Dios se
siente feliz, dichoso,
porque el perfume existe,
existe la alquimia, el precioso muchacho,
porque la barca flota pidiéndonos oraciones,
porque los santos andan de prisa,
porque besan las frutas cuando chocan,
porque el perro roza aquellos ecos.
Sus dedos brillan como la nieve en los canchales;
sus ojos
son vilanos que en cráteras se acuestan,
el manto,
hilera de olivos o granados.
Oh
amigos, seguid pidiéndome que os traiga esa preciosa
piedra.
No es
bastante todavía.
Pero Dios
se mueve flotando hacia otros mundos,
poniéndose
en los brazos una graciosa pulsera de labrado marfil
enhebrando
la aguja con hilillos de plata
para
coser la rama al tronco del árbol,
zurzir
ligera la torre a la rosa de los vientos.
Sueña en
punzar libros larguísimos que contengan versos diáfanos,
[transparentes,
espléndidos
cristales donde la muerte no entre.
Mas
las aguas
se alejan ahora,
arqueando
aún más los montones de arena;
túrbanse
los crepúsculos, ángeles asoman para beber su vino.
Allí os
desea Dios:
Su
caballo pasea piadoso los bosques del Líbano,
los
naranjos preguntan su nombre cuando pasa;
las
mañanas se arropan un poco con calor, otro poco de frío,
y hay
tardes que huyen del lado del mar.
¡Ah! ¿Quién es el que hace subir de la nada los buitres?
¿Quién
llama a los vientos y enciende el racimo de uvas?
Levantaos,
amigos, Dios está repitiendo su cuadro;
las
fuentes brotan dichosas para regar los tilos
y sus
duendes se esparcen hasta besar raíces.
Todo está
ya hecho.
Sólo el
desierto espera la pisada
y las
aguas se mecen en olas tontamente.
... De nuevo os invito al silencio con el dedo en el labio.
... Mi
Dios sigue pensando todavía.
¡Cerrad
los ojos!
... Como
una roca cruda después de la marea
a solas,
con el sol, existe el hombre.
Publicado en la revista Poesía española (XXIX), en 1954,
y recogido en su libro La Casa (1960)
Otros poemas en torno a la
Creación:
"Salmo 104", de David (Versión de Reina Valera)
Psª Maya: Cantos de la Creación, Popol Vuh (Versión de Miguel Ángel Asturias).
Grandes Obras de
El Toro de Barro
Salomón, "El Cantar de los Cantares"
Versión de Carlos Morales
Col. Cuadernos del Mediterráneo.
Ed. El Toro de Barro, Tarancón de Cuenca 2003.
edicioneseltorodebarro@yahoo.es |
2 comentarios:
Jamás he visto un poema sobre la Creación más bello que este. Carlos lo publicó por primera vez en 1954, en la revista Poesía de España, cuando todavía era un seminarista. Pero sé por él que comenzó a escribirlo mucho tiempo antes, tomando como referencia iniciar el Cantar de los Cantares y en el empeño de construir una obra dramática, un auto sacramental. Yo se lo escuché leer repetidas veces, en su casa o en el teatro de Segóbriga, y recuerdo que no cesaba de moverse, de señalar a las cosas, de acariciar el agua imaginaria que corría bajo sus pies. De hecho, creo recordar, aunque no puedo asegurarlo, que era su intención representarlo con el grupo de teatro de vanguardia que regentaba este raro sacerdote. En todo caso, cualquier lector se dará cuenta que estamos ante un poema insólito, único en su género, ya lo miremos como parte de la poesía religiosa o como parte de un proyecto humanizador de carácter social que mereció que le abrió las puertas de la gran revista Poesía de España.
Bueno, Carlos, querido amigo amigo, a volar, a volar, a volar...
He quedado cegada ante una hoguera luminosa (algo así dice Delmira Agustini en un poema). Y como no encuentro palabras, acudo a las fuentes de la poesía:
“De la grandeza y hermosura de las criaturas
se llega, por analogía, a contemplar a su Autor”
(Sb. 13, 5)
"En tu luz aprendo a amar.
En tu belleza, a componer poemas.
Bailas en mi pecho,
En donde nadie te ve,
Pero yo si te veo, a veces,
y esa visión se convierte en mi arte."
Rumi, Yalal ad-Din Muhammad Baljí,
Poeta místico musulmán, persa,
de Anatolia romana (1207 a 1273 d.C.)
Gracias Carlos, por esta maravilla. Escribí un ensayo sobre la Creación y espero que algún día lo leas. Tiene mucho que ver con este poema de tu maestro Carlos de la Rica, que ya va siendo también nuestro maestro.
Publicar un comentario