El Toro de Barro

El Toro de Barro

jueves, 31 de diciembre de 2009

"La arena", poema árabe de autor anónimo




Autor anónimo
La arena
 


Traducción dedicada a
Irene Zamorano
(Marrakesh, 2006).
 


Piensa en los miles de años que han sido necesarios
para que la lluvia, el viento, los ríos y la mar
hicieran de una roca esa capa de arena con la que estás jugando.

Piensa en los miles de seres que han sido necesarios
para que tu boca se queme entre mis besos.

Igual que el peregrino se abluciona con arena,
yo alzo en mis manos dos puñados de este polvo dorado con que juegas, 
y cubro mis espaldas....




Traducido de la edición francesa de
El jardín de las caricias,
De Fanz Toussaint





"La voluptuosa"       "El sueño de los lebreles"       "El alfarero"

"Canto de despedida"       "La serpiente"       El alfarero

"La bailarina"        "La batalla"        "El Vencido"

"La canción del guerrero"       "La arena"



Grandes Obras de 
El Toro de Barro

 
 PVP 8 euros
edicioneseltorodebarro@yahoo.es

 
llegar limpia de nombres
a tu nombre
sin gestos del pasado
ni voces que reclamen
como recién nacida
que viera por vez primera
a alguien
que no fuera su madre
sin ecos reconocibles
y poder nombrar nuestra mirada
con palabras nuevas
que contengan
la profundidad

del primer día sobre la tierra
 

Otros poemas de



 

 

   

 

  
















jueves, 17 de diciembre de 2009

"4 poemas 4 del Libro del Retorno", de Carmen Borja




Dave Mckean






El libro del retorno




1


Siempre volvemos a la casa del padre.
En cualquier sitio surge el relámpago
que transforma el paisaje o la calle en conciencia:
talismán que protege del frío.
Entonces Ibn Hazm habla del amor verdadero,
aquel que no es hijo de un instante,
y de la planta arraigada que no ha de esperar la lluvia.
Porque el sentido viene de aquel viento
que llegó con el poema: sagrado ardor.
¿No ves que pasa a tu lado sin ser visto?
Sin cuerpo, sutil como un susurro.
Amor: lo que fuimos, somos, seremos,
todos los tiempos conjugados del ser,
camino de regreso a casa.



2


A tientas buscamos su mano,
el roce que indique su presencia,
una palabra. Pero sabe y calla.
Y el corazón se encoge confundido,
sin rastro que seguir, entre la niebla.
La llovizna inunda tu mirada
y aquel dolor que te rompe por dentro,
profundo y negro como pozo antiguo.
La herida que deja el desconsuelo,
con el tiempo, alumbra un gozo inesperado:
fulgor de la luz. Y el ocaso presiente
el nombre de Dios.
Siempre volvemos a la casa del padre



3


Estás sola, pero no completamente a solas.
¿A quién harás cómplice de lo que no se puede conocer?
Siente.
Sabes de las trampas de los nombres,
los mil reflejos que razonan,
los abalorios imaginados por otros.
Pero el viento nos empuja a la vida.
Más allá del cansancio
y de la piel que se cuartea con los años:
fuerza de ser a pesar de los errores.
Y la esperanza nace en desamparo absoluto,
encallada como balsa perdida.
El náufrago renuncia al auxilio
porque le han olvidado:
esperanza contra toda esperanza.
Es el viaje del hombre noble,
aquel que se va lejos
para ganar un reino y volver después.
Siempre volvemos a la casa del padre.



4


De paso, extranjeros en una tierra que no es nuestra.
El dolor enterrado en lo hondo
sale a la superficie de golpe,
cuando menos se espera. Te desborda
por los ojos, te arrasa.
Y sólo puedes mirar, muda,
con la garganta rota y el corazón despeñado,
sin rehuir zambullirte en la alberca de la muerte.
Pero hay un orden más allá de los fragmentos
y el pie que avanza devora espacio.
Que la luz te ayude a discernir
la orilla del corazón que conoce el mar
y el color de su matemática profunda.
¿Y si del otro lado sólo hay silencio?
Si no entras en el círculo,
hablarás a los que ya saben,
y el lenguaje de los símbolos
seguirá siendo sordo a oídos extraños.
Siempre volvemos a la casa del padre.
 





Libro de los Retornos
  Barcelona, 2007



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En caso de reproducción, rogamos se cite su autoría. 

(Extraídos del Libro del retorno, de 2007)