El Toro de Barro

El Toro de Barro

viernes, 15 de enero de 2021

«La música última», de Félix Grande

 


Félix Grande

(España, Extremadura, 1937 –Madrid, 2014 60)

La música última

 

 

Se moría de una vez naufragando en redondo
entre cuatro paredes y unas gotas de música:
escuchaba el sonido con tan grave avaricia
que creía morirse despacio, desde lejos.

Quería lamer la música, el son de su existencia
chocando años y años por las peñas del mundo;
quería lamer el dulce estrépito de aquella
vida, que le agredía alejándose en círculos.

Pensar, sufrir y amar eran un mismo espasmo.
Vio rostros: de personas, de ciudades, de ideas.
Atolondrado, quiso perdonar -¿perdonar?-.
… Se apagaba, escuchando la música famélica.

Se le reunían todas sus alucinaciones
en una melodía inexperta y gravísima.
Se le formaba el feto de su cero en el alma,
un cero melancólico, como un brocal sin sombra.

Él, su vida, su historia, su edad, su estilo, todo
devenía cero; era el fino cataclismo,
la gran caries. Y oía unas gotas de música
maravillosa y torpe, anónima y genial.

Se oía nacer, oía las canciones de boda
de sus antepasados remotos, el chirrido
de las camas abuelas, bisabuelas, fundiéndose
en la pasión frenética de la continuidad.

Cerrábanse las puertas, tragaluces, ventanas;
los precintos lo hacían cada vez más recluso;
pronto sería el recluso completo e infi nito;
la cárcel infi nita se cerraba sobre él.

Lamía y lamía aquella música de los astros,
de la tierra y los siglos, de su barrio y su vida,
de su alcoba y su adiós. Se moría lamiendo
la música que sobre su calavera goteaba.


De Música amenazada, 1966



Grandes Obras de 
EToro de Barro  
Salomón, "El Cantar de los Cantares”, Versión de Carlos Morales
 
Salomón, "El Cantar de los Cantares”
Versión de Carlos Morales
Col. «Cuadernos del Mediterráneo»
Ed. El Toro de Barro,
Tarancón de Cuenca, 2003.
Salomón, "El Cantar de los Cantares”, Versión de Carlos Morales
 







 














 
 
 
 


jueves, 14 de enero de 2021

«Mujeres en el jardín de la mezquita», de Carlos Morales del Coso

Carlos Morales del Coso

(España, 1959)

  Mujeres en el jardín de la mezquita

 

A María Victoria Atencia

 

       Oculto entre los naranjales

a cámara lenta pasan las mujeres
cantan los vestidos
de las mujeres que pasan
y a cámara lenta miran donde yazgo
como si yo estuviera
mirándolas
pasar


         Bajo su falda
la sombra rinde el moecín  
y a cámara lenta la oración se duerme
y las abejas liban
y el minarete calla
detiénense en el aire los pájaros también
congelados quedan
colgados de los tiestos
y el sol ciñe su fajín ladéase el turbante
a cámara lenta se arrodilla
como junco que fuera en la orilla del alma
y entre sus piernas muere
como muere un cuchillo
en el rumor del agua
entre las rosas
 


         Anochece
y se inclina el azahar y con su boca
besa las campanas
las mujeres que tañen
con jazmines despiertos en los dientes
a cámara lenta
bajo los naranjales
mujeres que volan
pintadas en el viento
como si yo estuviera
como si yo no fuera de cuerpo presente
mujeres que ríen
mujeres con cestas
que lentamente pasan
cabellos negros
negros caballos negros
negros relinchos
de alazanes negros
que lentamente caen de sus vestidos
sobre la cicatriz
como un latigazo en medio de la noche
como una navaja
de plata en mi cuello
entrando en los ojos
del muerto
bajo los naranjales
a cámara lenta
                      a cámara lenta 
                                            a cámara lenta 

Mercedes Ridocci


Obras escogidas
Para otra historia

 

 Carlos Morales, In nomine Auschwitz,
 (Antología de la poesía del Holocausto)
Con Introducción y prólogo de Fernando Navarro y Rafael Narbona
                       Última Línea, Málaga, 2022  PVP 20,85 euros.























miércoles, 13 de enero de 2021

«El Tren», de Mónica Mera

 


Mónica Mera

(Argentina, 1963)

  El tren

 


Disfruto mucho
del pensarte,
me recuesto en el patio
de la casa bajo el árbol
en el sillón blanco
y entrecierro los ojos
Te veo correr hacia
el tren cuando llega
y huelo ese perfume intenso
del abrazo
Yo pequeña
enredando mis rulos en los
botones de tu saco
y las palabras entre risas
Recuerdo papá que
hay algo distinto entre nosotros
y la gente
que se apura
Nosotros nos quedábamos
para mirar al tren
cuando se iba.
Sentados los dos
en ese banco largo.

                                 Otros poemas de
                                    Mónica Mera


«Es la voz de mi madre»

Los «Ojos»

«El chino del agua»

«La abuela»

«Desnudez»

 

Grandes Obras de 
EToro de Barro
Neus Aguado, "Intimidad de la fiebre”, Col. «La piedra que habla», Ed. El Toro de Barro, Carlos Morales ed., Tarancón de Cuenca, 2005, PVP 10 euros. edicioneseltorodebarro@yahoo.es
Neus Aguado, "Intimidad de la fiebre”
Col. «La piedra que habla»
Ed. El Toro de Barro, Carlos Morales ed.
Tarancón de Cuenca, 2005
PVP 10 euros.
Neus Aguado, "Intimidad de la fiebre”, Col. «La piedra que habla», Ed. El Toro de Barro, Carlos Morales ed., Tarancón de Cuenca, 2005, PVP 10 euros. edicioneseltorodebarro@yahoo.es





 

















martes, 12 de enero de 2021

«Las bañistas del viejo calendario», de Carlos Morales del Coso

 


Carlos Morales del Coso

(España, 1959)

  Las bañistas del viejo calendario


Nadie sabe qué acontece en esa casa del final de la calle, en la que nunca se apagan ni se encienden los faroles rojos ni se limpia de maleza los rosales viejos que en otro tiempo lucían al amanecer, ni siquiera los borrachos se aventuran a buscar cobijo en sus habitaciones cuando el frío se abalanza sobre sus gabanes  sucios, sólo los gatos se atreven a seguir el rastro de los pajarillos que sus dientes afilados atrapan con ternura al atardecer, como si los besaran, o los viejos cansados que en el aire se apoyan y atraviesan temblorosos los cristales rotos a pedradas de los ventanales para ocupar su lugar entre los muertos que bailan elegantes en el antiguo salón, como si fueran las pavesas de esa chimenea que ya ninguna mano enciende ni hace murmurar cuando los lobos de la noche se despiertan. Más yo sé que no siempre fue así.

Hubo un tiempo en que el sol atravesaba con sus primeras lanzas las cancelas de la casa y bordaba en las umbrías del aire la gozosa algarabía del polvo que, con sus mandiles limpios, aquella mujer de blanca cabellera levantaba de las mesas de madera oscura sobre las que, entre cuartillos de vino, no tardarían los viejos en apoyar los codos de su melancolía y jugarse a las cartas los pocos himnos de la juventud que apenas les dejaron saborear los abruptos tambores de una guerra que nunca concluyó. La señora Cándida iba y venía entonces por entre las mesas con las bandejas llenas vino enteco y somatenes viejos como si arrastrara su lánguida viudez bajo su vestido negro, el semblante pálido, el temblor maduro  de un cuerpo que ya nadie perseguía bajo la madrugada, y eso pelo ondulante y blanco que parecía el plumón suavísimo de los polluelos de las águilas reales. Iba tan absorta en su felicidad remota que no se percataba del muchacho de nariz aguileña que, al atardecer, atravesaba al son de sus camperas manchadas de barro la puerta de aquella humilde taberna de la que vivía, y se sentaba cerca de la vieja estufa de carbón de pobre mientras crepitaba el puchero de café macizo que la Señora ponía a calentar para los últimos borrachos silenciosos que la visitaban con las mismas manos con que blandía diligente el estropajo con que abrillantaba los ojos del muchacho aquél y el tosco cencerro que, como un corazón, lucía colgado del pecho, y que en silencio cantaba cuando la veía pasar con su falda ondulante como pasan las dunas tras el silbo del viento, quebrando los címbalos rugientes de su cintura adolescente y la amorosa flauta con que acercaba el cielo.

Un día de Reyes de hace demasiados años aquella mujer triste colgó al lado de una de las ventanas de su tasca un calendario antiguo cuyos días colgaban como minúsculos globos de colores de la fotografía de un lienzo olvidado. Era tan hermoso, que el joven y los viejos dejaron de mirar los días y se olvidaron de contar el tiempo, y los muertos dejaron de abrir inesperadamente la ventana por la que entraba la luz de la mañana. El cuadro del calendario se convirtió así, de pronto,  en la única ventana por la que se veía el mundo. Dentro del lienzo corría un río de aguas serenisimas con ninfeas en las que se bañaban unas jóvenes muchachas de espaldas fibrosas y ondulantes y cabellos deliciosamente recogidos. Todos se acercaban con un chato de vino a contemplar su risa, y a escuchar de cerca el rumor que dejaban las ajorcas que abrazaban sus tobillos como si fueran alas de pájaros dorados. Sus pequeños pechos caían lentamente hacia lo alto, como las ubres de la Sulamita que corría enfebrecida entre las muchachas morenas de Jerusalén, danzando por los campos, y buscando entre las flores de los huertos la boca de su amado Salomón, la higuera en cuya sombra le hacía enloquecer de amor entre sus piernas al son de los tambores y de su joven flauta. Entonces las muchachas se empinaban hacia el aire, sobre los montes, para besar las nubes y pintarlas con la sangre del atardecer, y luego se dejaban caer, bulliciosas y valientes, oh las jóvenes muchachas, sobre los riachuelos del alma para esconder en su barro las sandalias perdidas de mi juventud, las abarcas humildes del muchacho que sólo las miraba y creció entre los corderos. Así no había Dios que pudiera contar el tiempo. Y mientras, la Señora Cándida iba por aquí y por allá, como si flotara, bailando en secreto con el mismo viejo amor de hombros anchos que le quitó la Guerra, cuando amar aún era posible bajo el cielo.

Hoy, unos viejos albañiles han abierto con sus picos el hueco que antaño ocupó la puerta gris. Nada quedaba ya de su calor lejano. Sólo piedras en la que arrodillarse y toneladas de polvo en las bombillas. He visto entonces al muchacho antiguo atravesar las sombras con un poco de pudor y detenerse al cabo frente al viejo calendario del que poco se ve que no sea sino esa mancha oscura que dejara en la pared sin alma. Y el hombre ha acercado su mano a donde estaba el río de las jóvenes bañistas, ha rozado su risa con sus dedos transparentes, las ha visto fluir, iluminar lo oscuro, ha peinado sus cabellos mojados y con sus labios secos ha besado sus salados territorios negros, entonces unos ojos han mirado sus ojos, unos ojos han besado sus ojos desde la pared, y sus ojos temblorosos se han arrancado a reír y a derramarse luego, pues algo le decía en los oídos  que había llegado la hora de apagar la luz en la casa de los versos olvidados donde nadie te llama, ni te busca, ni te espera.  

 

 

 

 

Grandes Obras de

EToro de Barro
Carlos Morales, "Coexistencia (Antología de poesía israelí –árabe y hebrea– contemporánea”, Ed. El Toro de Barro, Carlos Morales ed.
Carlos Morales, "Coexistencia (Antología de poesía israelí –árabe y hebrea– contemporánea”
Ed. El Toro de Barro, Carlos Morales ed.
Tarancón de Cuenca, 2002.
PVP 10 euros.
Carlos Morales, "Coexistencia (Antología de poesía israelí –árabe y hebrea– contemporánea”, Ed. El Toro de Barro, Carlos Morales ed.




























lunes, 4 de enero de 2021

El «Autorretrato con mar», de Joan Margarit.

 

Edouard Boubat

Joan Margarit

España, Cataluña, 1936-2021

Autorretrato con mar

 

 

Aquel niño callado. Juega solo.
Permanece detrás de estos ojos de viejo,
resiste la embestida brutal del mediodía
oyendo los confusos versículos del mar
y el grito de los cuerpos desnudos y oxidados
al entrar en las aguas transparentes y frías
de la playa de piedras. Avergonzado, corre
de un escondite a otro de los cuentos.

Duerme dentro de mí, desvalida criatura:
duerme dentro de mí, una noche de reyes,
donde en silencio vuelan las escobas
y los lobos dejaron sus huellas en la nieve.
Afuera brilla un cielo lleno de albaricoques,
y el mar azul oscuro de ciruelas
se deshace en los negros cuchillos de las rocas.

El verano de alcohol frío en los ojos
me hace sentir mi vida como la pulpa oscura
y dorada de un fruto que se pudre
alrededor del hueso del recuerdo.
Dentro de mí ocúltate, desvalida criatura.
Dentro de mí protégete de la cruel claridad.
Recita la leyenda que habla del niño gris
y de la miserable bicicleta
montada por el triste ciclista del suburbio.
Te busca y está cerca. Pedalea hacia aquí.


De Cálculo de estructuras, 2005


Grandes Obras de 
EToro de Barro  
Salomón, "El Cantar de los Cantares”, Versión de Carlos Morales
 
Salomón, "El Cantar de los Cantares”
Versión de Carlos Morales
Col. «Cuadernos del Mediterráneo»
Ed. El Toro de Barro,
Tarancón de Cuenca, 2003.
Salomón, "El Cantar de los Cantares”, Versión de Carlos Morales