El Toro de Barro

El Toro de Barro

sábado, 7 de abril de 2012

"La danza de la carretera", de Carlos Morales



Poema del Siete de abril

Carlos Morales


Tang-Lo le dijo a Tang-Li:
No me quieras tanto,
Quiéreme mejor.
Y Tang-Li lloró,
porque no conocía otra manera de amar

Carlos Asorey
La Camama, Toro de Barro, Cuenca, 1982


Padre mío: 

El invierno ha llegado ya. 
Dando tumbos como un gato de suave techumbre.

Yo lo he visto llegar
bajo el frío,
abrirse paso 
- sigilosamente- 
entre los amapoles rojos.

He sentido su lengua posarse sobre mi cabeza, Padre.
He sentido su rabo turbándome la nuca, Padre.
Su oscuro maullido entre las flautas silenciosas 
que duermen en el fuego que danza sin calor...

He ahí la ceniza, 
amasada y reseca,
como la senda de un viejo arroyo que enlodó el simún. 
Toma tus dedos, Padre,
y escúlpela.

Ya no sueñes más. 
No despiertes la yesca.


Ahora mismo estoy contemplando la carretera. 
La carretera se mueve
como una lombriz brillante entre las zarzas.
La carretera baila.
Sube la testuz. Su falda negra en la angostura
del atardecer la carretera baila
el rumor el silencio
 y no deja de bailar
la carretera
como un caballo en flor que de los montes baja
sube baja negras crines
relinchando sobre la cárcavas filosas de mi corazón
mordiendo el cielo
mordiendo el cielo.

Pero no es por eso por lo que me detengo. Padre.
Me detengo porque el día es hermoso.
Porque la noche luce. 
                                             Luce. 
                                                                 Luce.
Porque la noche no cesa de lucir sobre 
el barrizal, sí,
como un farolillo que ruge en medio de las sombras,
con mi sombra.
Ya no esperes más, padre mío. 
Toma tu barro y ya no esperes más.
Descanse cuanto amo de tan oscuridade. 
                                 
He venido a buscarte, Padre.
Anda, sube y cierra la puerta
de este burro de fierro que fluye hacia el atardecer
entre los alfileres fríos de la primavera, 
como un rayo dorado.
El viaje no es tan largo, Padre.
No queda tanto trecho ya.

Déjame deslizarme sobre el alféizar de tu corazón.
Como un gato perdido, Padre,
enroscado entre tus rosas.
Abrázame un poquito, 
un poquito no más, querido Padre,
como cuando llovía
y tú
ordenabas al cielo que cesase su dolor
y la tierra -mojada- se callaba.

Yo sé que estás ahí. Padre. 
Entre los setos.
Una enorme piedra vigilando el aire.

¡oh, Pater, cubre con tu vello el helor de este fuego
que no cesa de tronar con sus tambores rojos. 
Estoy cerca, Padre, rozándote casi con mis dedos.

No me dejes llegar solo a la estrechura.










4 comentarios:

A chuisle dijo...

Tremendo. No diré más.

Anónimo dijo...

Te felicito Carlos por este poema que tanto te ha costado elaborar. Hoy lo leo por segunda vez después del grave trastorno que me ocasionó. Disculpa.

Es lo mejor que he leído en los últimos dos o tres años.

César Cortijo

Anónimo dijo...

Hola Carlos. Cuántos años! Soy Blanca. Me ayudaste a prepararme las pruebas de acceso a la escuela de arte dramático de la mano de Kavafis y el emperador Adriano. Recuerdas? Me alegra saber que tienes hijos y que sigues ta creativo. Un profundo abrazo
www.radianteyblanca.blogspot.com

El Toro de Barro editorial dijo...

Cómo no ve voy a acordar de aquel celebre Adriano, nunca podría olvidarme de aquella experiencia...
Anda, mi correo es
edicioneseltorodebarro@yahoo.es
Un beso muy grande,
Carlos