Las tres estaciones
Traducción de Emilio
Coco
I
Echa tu pan a la superficie del
agua, lo encontrarás en los días: no encontraremos el alimento, ni la
recompensa, no la levedad sino el hacha pesada de la bendición.
Quien pierde tiene la espalda libre para cargar con el mundo. Ningún equipaje para arrastrar mejor el hierro y la madera de un carro, y dejar que en el dorso se amontonen el aire y la lluvia, la multiplicidad, el desorden de las cosas. No es la resignación terrena sino la fuerza dócil de Cristo que en Getsemaní responde a los soldados: sí soy yo; la pobreza de la roca, de la mortaja vacía por el peso de los pecados humanos.
Giotto vio todo esto en la Renuncia de los bienes de Asís. Francisco está desnudo pero en torno a su privación, en el ángulo recto de su cuerpo arrodillado todo pesa: las arquitecturas, el escudo del cielo, las vestiduras; todo se espesa como si la ciudad con sus cuidados, sus ganancias, su beneficio no esperaran más que su gesto.
Tal vez la santidad sea hacerse burro: ser la borrica que siente en los ijares la espina de los olivos, en la fatiga de la mañana, bajo el gran cuerpo de Dios, en el gran casco de Jerusalén.
Quien pierde tiene la espalda libre para cargar con el mundo. Ningún equipaje para arrastrar mejor el hierro y la madera de un carro, y dejar que en el dorso se amontonen el aire y la lluvia, la multiplicidad, el desorden de las cosas. No es la resignación terrena sino la fuerza dócil de Cristo que en Getsemaní responde a los soldados: sí soy yo; la pobreza de la roca, de la mortaja vacía por el peso de los pecados humanos.
Giotto vio todo esto en la Renuncia de los bienes de Asís. Francisco está desnudo pero en torno a su privación, en el ángulo recto de su cuerpo arrodillado todo pesa: las arquitecturas, el escudo del cielo, las vestiduras; todo se espesa como si la ciudad con sus cuidados, sus ganancias, su beneficio no esperaran más que su gesto.
Tal vez la santidad sea hacerse burro: ser la borrica que siente en los ijares la espina de los olivos, en la fatiga de la mañana, bajo el gran cuerpo de Dios, en el gran casco de Jerusalén.
II
Tenemos muy poco para no pecar a través
de los seres humanos, para impedir que el rencor se mueva entre los cuerpos y
recorra un trayecto hasta crear un horizonte.
Podemos sólo constreñir al odio a recaer en nosotros, exactamente, simplemente, como el agua del jardín que la tierra vuelve oscura y olvida. Un solo chorro. Es el misterio del miedo, hermano del pecado, el tremendo asomar de los dos, el uno puente del otro, el uno empujado por el otro. Sin embargo, existe la gracia de un punto oscuro y perfecto, la posibilidad de que el mal permanezca en nosotros hasta descomponerse, hasta morir antes de alcanzar a los demás.
No la huida, sino la espera que protege e impide al mal que nos atraviese. Nosotros estamos en la mesa del Señor, estamos de lado, todavía lejos de cualquier cruz, aunque volcada como la de Pedro. No podemos redimir sino defender. Somos el perro ligero que el Veronés pinta en la Última cena: tumbado y en vilo, su pequeño cuello golpeado y bendecido por el mantel de hilo.
Podemos sólo constreñir al odio a recaer en nosotros, exactamente, simplemente, como el agua del jardín que la tierra vuelve oscura y olvida. Un solo chorro. Es el misterio del miedo, hermano del pecado, el tremendo asomar de los dos, el uno puente del otro, el uno empujado por el otro. Sin embargo, existe la gracia de un punto oscuro y perfecto, la posibilidad de que el mal permanezca en nosotros hasta descomponerse, hasta morir antes de alcanzar a los demás.
No la huida, sino la espera que protege e impide al mal que nos atraviese. Nosotros estamos en la mesa del Señor, estamos de lado, todavía lejos de cualquier cruz, aunque volcada como la de Pedro. No podemos redimir sino defender. Somos el perro ligero que el Veronés pinta en la Última cena: tumbado y en vilo, su pequeño cuello golpeado y bendecido por el mantel de hilo.
III
Al contestar a
Gershom Scholem que le acusaba de falta de Herzenstakt, de dureza e
insensibilidad por haber estigmatizado la colaboración de funcionarios judíos
durante la “solución final”, Hannah Arendt plantea una cuestión importante: “He
sostenido”, escribe, “que no existía ninguna posibilidad de oposición, pero
existía la posibilidad de no hacer nada”.
No hacer el mal, no acogerlo, significa de alguna manera obligarlo a un trayecto más largo, retardarlo en una acción política que es posibilidad de dilación, lentitud que puede salvar una vida.
Es verdad, no obedecer era la diferencia que probablemente hubiera consentido: organización, huida, salvamento o rebelión. Sin embargo esto no ocurrió y no ocurrió por lo que el mal promete y puntualmente niega, por ese eterno “quizás” que oscila cosiendo la incertidumbre al horror.
Un ser humano obedece por miedo y por angustia, por incapacidad para imaginar un estado distinto a aquel en que se encuentra, y sin embargo espera sobrevivir, transformarse en alguien capaz de estar cerca de quien, por el momento, lo ha perdonado. Como quien se abstiene del mal, una vez más es el tiempo con el que se enfrenta: tiempo para quedarse, tiempo para justificarse y justificar. Un tiempo privado, sin derroche, el tiempo seco del cálculo y el escalofrío de la ilusión.
Es la inútil astucia de hacerse comer el último. Es la ilusión de toda vileza. El poder no necesita al justo sino al paria, matará al paria el último y tendrá la justificación de su odio. Deslumbrado, antes aún de cualquier amenaza, el paria ha ido hacia el odio y se ha entregado a él generosamente, velozmente.
De esta velocidad, de esta trayectoria del alma y del cuerpo, se sirve cualquier organización criminal a la que basta activar simplemente los resortes del odio y del temor.
De esta velocidad no es, absolutamente, fácil escapar. A menudo para no hacer nada, para conocer la libertad de la no participación es necesario justamente ser “santo”, saber renunciar al tiempo de la ilusión, saber distinguir en lo profundo de sí mismo la pálida diferencia que pasa entre una atmósfera de terror y el choque inmediato del terror.
La lentitud necesita un coro de inteligencias, la resistencia precisa de luz, la capacidad de espera se da a los hombres, raramente, como un don.
Porque es verdad; el bien es profundo, pero el bien es frágil. A diferencia del mal se esfuma lentamente entre los siglos, a diferencia del mal tiene nostalgia también de una sola criatura.
No hacer el mal, no acogerlo, significa de alguna manera obligarlo a un trayecto más largo, retardarlo en una acción política que es posibilidad de dilación, lentitud que puede salvar una vida.
Es verdad, no obedecer era la diferencia que probablemente hubiera consentido: organización, huida, salvamento o rebelión. Sin embargo esto no ocurrió y no ocurrió por lo que el mal promete y puntualmente niega, por ese eterno “quizás” que oscila cosiendo la incertidumbre al horror.
Un ser humano obedece por miedo y por angustia, por incapacidad para imaginar un estado distinto a aquel en que se encuentra, y sin embargo espera sobrevivir, transformarse en alguien capaz de estar cerca de quien, por el momento, lo ha perdonado. Como quien se abstiene del mal, una vez más es el tiempo con el que se enfrenta: tiempo para quedarse, tiempo para justificarse y justificar. Un tiempo privado, sin derroche, el tiempo seco del cálculo y el escalofrío de la ilusión.
Es la inútil astucia de hacerse comer el último. Es la ilusión de toda vileza. El poder no necesita al justo sino al paria, matará al paria el último y tendrá la justificación de su odio. Deslumbrado, antes aún de cualquier amenaza, el paria ha ido hacia el odio y se ha entregado a él generosamente, velozmente.
De esta velocidad, de esta trayectoria del alma y del cuerpo, se sirve cualquier organización criminal a la que basta activar simplemente los resortes del odio y del temor.
De esta velocidad no es, absolutamente, fácil escapar. A menudo para no hacer nada, para conocer la libertad de la no participación es necesario justamente ser “santo”, saber renunciar al tiempo de la ilusión, saber distinguir en lo profundo de sí mismo la pálida diferencia que pasa entre una atmósfera de terror y el choque inmediato del terror.
La lentitud necesita un coro de inteligencias, la resistencia precisa de luz, la capacidad de espera se da a los hombres, raramente, como un don.
Porque es verdad; el bien es profundo, pero el bien es frágil. A diferencia del mal se esfuma lentamente entre los siglos, a diferencia del mal tiene nostalgia también de una sola criatura.
De su
plaquette
Las tres estaciones.
Cuadernos del
Mediterráneo.
Ed. El Toro
de Barro,
Tarancón de
Cuenca 2001.
"Música"
Poesía del Holocausto: "Las tres estaciones"
PVP 10 euros
edicioneseltorodebarro@yahoo.es
|
Libro
recomendado
En todo lugar
hay un precipicio para
los valientes
y una sombra para los
exhaustos
y un manantial
volcando su frialdad.
En todo amanecer
hay rocío para los
temblorosos
y luz para los amantes
y frías piedras y
salvajes pastos.
En todo anochecer
hay sosiego para los
tempestuosos
y liviandad para los
solitarios
y una roca para los
que yacen al final del camino.
7 comentarios:
El debate sobre la naturaleza moral de la colaboración de las víctimas judías y sus ejecutores nazis, y de un modo más general el de la “banalidad del mal”, sigue abierto. Este majestuoso poema de la italiana Antonella Anedda y traducido por el también italiano Emilio Coco nos obliga a enfrentarlo. Algo me parecer incuestionable y cierto: en condiciones extremas como la que vivieron aquellos hombres y mujeres, ¿qué actitud hubiéramos adoptado cada uno de nosotros? No creo que ninguno de nosotros pueda decir que "de este agua no beberé"
Es una evidencia que el "de este agua nunca beberé" es una contradicción desde el momento de su gestación. A lo largo de la historia hay ejemplos como el de Gandhi que a través de "su fuerza" materializaron el hecho de que todo individuo tiene la opción de elegir al margen del ambiente, por adverso que sea. No obstante el "efecto lucifer" de Philip Zimbardo expone claramente que desde el momento en el que etiquetamos al otro dentro de un grupo para intentar controlar sus actos, nos estamos posicionando automáticamente y actuando en consecuencia, aunque sea a través de algo tan simple como un traje. Es normal que imaginemos que en una situación similar hubiéramos actuado de otra forma, es normal que pensemos que el ambiente nos hubiera afectado menos, es normal que pensemos que controlamos los efectos sociales y del entorno sobre nuestra persona...
Resulta demoledor intentar pensar desde afuera lo que de instante a instante se vive cuando a uno se lo está matando. Cualquier lógica externa es limitada, siendo el todopoder del depredador ante la presa algo extremadamente inimaginable. Ahora, ¿existe ese pequeño intersticio del "no hacer"? ¿A quienes les está vedado saber hacer uso de ese intersticio ínfimo como una sola molécula de las más pequeñas? presiento que hay un antes. Quizás sólo en ese antes, en ese contexto de hábitos sociales se haya gestado la aptitud a la colaboración. Me resulta insoportable que se insista con imágenes degradantes de la víctima que ya tuvo bastante con serlo. Poner eso en escena me parece atroz. de hecho creo que Ionesco en su teatro pone en escena las cosas con otros recursos que me parecen más adaptados. A "a puerta cerrada" de Sartre. Querer agarrarse del realismo me parece una falta de respeto. Dicho esto, gracias Carlos por poner este texto en línea. Traza en pequeñas líneas el eje de ese debate del proceso Eichmann.
Es bueno recurrir a otra es expresiones del arte como la escultura. Al ver por 1° vez "la piedad " de Miguel Ángel sentí que condensaba todas las piedades y lloré. SOY HEREDERA DE LA SHOA y tengo mucho derecho a reclamar piedad.para los que colaboraron También sufrieron. GRACIAS
La mayoría de personas funciona en rebaño. Basta revisar la actualidad: cualquier bando justifica incluso el delito por el rebaño (dos ejemplos: de un lado la corrupción política; de otro, el atraco de Sánchez Gordillo, un delincuente, a un supermercado). Creo que, además, la ignominia es progresiva. Los delitos justificados son cada vez más graves. Empieza justificando un robo hasta parecer justificado un asesinato, todo sea por el rebaño.
Querida Frida Rochocz: cuando dices que te "resulta insoportable que se insista con imágenes degradantes de la víctima que ya tuvo bastante con serl", y que "poner eso en escena me parece atroz" ¿Te refieres a la fotografía que ilustra el poema en el blog, y que corresponde a un momento de la obra de teatro GUANTES DE PIEL HUMANA, que tuve el honor de escribir y representar al alimón con mi buen amigo Julio Clemente Lourtau?
Estimado, Carlos, tu obra es una maravilla. Magnífica. Osada, audaz, repleta de poesía y horror. Ya el título y la primera escena son toda una metáfora macabra de lo que fue la maquinaria asesina más poderosa y eficaz que la humanidad conoció. El monólogo de Delmer al teléfono, con su madre, es repulsivo, bárbaro, repugnante, te destroza por dentro y provoca un odio visceral. Le pide a la madre, con todo lo que una madre significa ya que es la dadora de vida, que le justifique la matanza, que apruebe la barbarie, como si algo así fuere materia de disertación o debate. Pero también te llena de ternura que sea tan inseguro, dócil, cobarde a la hora de justificarse en asesinar en cumplimiento de algún mandato superior. Una combinación entre la costilla más abominable y podrida del ser humano con su rostro más tierno. Como narrador imagino lo trabajoso que habrá sido, lo tortuoso y terrible, escribir sobre estos hechos desde el lado del vencido. El desamparado. La víctima masacrada. Me produce una comezón que hiere como el fuego cuando leo el término judío utilizado de manera despectiva. Mi padre, cuyos padres se conocieron escapando de los pogroms cosacos, me resaltaba, siempre, lo terrible no es qué pasó. Lo terrorífico no es el vivir con el sabor de haberlo padecido. El terror está adelante, frente a nuestras narices, a metros. Ojalá nunca debas padecer el chocar con él, porque está adelante tuyo. Ufff, Carlos, que vida la tuya, no dejo de sorprenderme de la sorpresa, a cada instante, con tu persona. Gracias por compartir. Fuerte abrazo.
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