El Toro de Barro

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viernes, 15 de febrero de 2019

«La Voz», de Carlos Morales del Coso


Carlos Morales del Coso
(España, 1959)


La voz


A Pilar Gómez Bedate



La Voz,
dónde la Voz
que en mi boca cabalgaba?
Dónde la Voz
sobre el yerto barro húmedo arrojada
antes de que yo
antes de que todo fuera
la voz que entre juncos se ocultase
la voz que nombró todas las cosas
que las hizo emerger de los silencios
con una flauta en la mano?

La Voz huyó entre las zarzas
atravesó las cárcavas y el monte
se arrojó a los ríos
como un fardo viejo de olvidadas palabras
y en el nido del águila descansó
durmió sobre las dunas
y las sandalias halló
al despertar
que Dios se quita cuando bañarse quiere
desnudo en sus torrentes

Mas quién al dolor se arroja
y como pájaro espino
en él a morir se presta
por hallar la Voz que nos escoge?





                                                           
Poemas escogidos de
El libro del Santo Lapicero



Grandes Obras de 
EToro de Barro
 Margalit Matitiahu, "Bozes en la shara". Col. «Kuadrinos sefardíes» Ed. El Toro de Barro, Carlos Morales Ed. Tarancon de Cuenca, 2001 PVP 8 euros edicioneseltorodebarro@yahoo.es
Margalit Matitiahu, "Bozes en la shara".
Col. «Kuadrinos sefardíes»
Ed. El Toro de Barro, Carlos Morales Ed.
Tarancon de Cuenca, 2001
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1 comentario:

mery sananes dijo...

Què extraordinario poema, Carlos. Defines en èl quien eres y de qué fibras estás hecho. Lanzas al viento de este vivir escarnecido, una declaración sobre esa voz colectiva, que el poeta guarece en su garganta habitada de estopas, para rescatar esa palabra-canto que nombró todas las cosas. Que las hizo emerger de los silencios con una flauta en la mano. Esa voz, Carlos, que aún cabalga en tu boca y cabalgará más allá de toda quebradura.

Al nombrarla, ya la vuelves a hacer posible. ¿No es ese acaso el oficio del poeta? ¿Y no es esa a su vez la conjunción mayor de la tristeza y la alegría? No se entrega la propia vida sino cuando aquello que se quiere rescatar sella en uno para siempre el vivir.

Conocedor de aquella voz que sobre el yerto barro hùmedo fue arrojada, y que entre juncos se ocultase, el poeta –el hombre común, pastor de estrellas- reconoce y comprende, antes que el cientifico y el historiador, que fue y sigue siendo el ruido sordo de la muerte, lo que hizo y sigue haciendo huir esa palabra entre las zarzas y la arrojò al río como un fardo viejo. Y que al robársela al hombre, tmbièn a él lo arrojò y sigue arrojando como un bien prescindible.

Y solo quien asiste o ha asistido al milagro de la vida, que funda la palabra que nos escoge, puede arrojarse al dolor y como pájaro espino, en èl aprestarse a morir. Porque esa muerte, Carlos, es la que funda la vida. Y es esa la vida que corre entre tus versos. Y la palabra que haces renacer desde el silencio.