La estufa
Según el frío viene, enciéndese la estufa.
A cada hora, en
cualquier rincón del tiempo,
la estufa pónese a
cantar como una tonta;
mas, roja de vergüenza,
exhíbese en seguida.
Llegan inquietos seres
rojos envueltos en cortinas,
borrachos llegan con sus
violines de inapreciables humos,
pónense a volar por los
recintos esos
donde zurce mi madre los
calcetines sápidos,
y luego por los tumbos
vanse diciendo adiós con el pañuelo.
yo me atengo a los
hechos: la estufa gusta
de enjambres llameante
con lagartijas foscas,
algo así como hormigas
invasoras,
que tal vez se lleguen a
nosotros mismo
con halago arenoso de
bella diosa copta,
pretendiendo, hasta
incluso, quedarse en nuestras manos,
a la pared subirse,
colgarse a los retratos.
Acostumbra el calor a
meterse por las piernas,
dejar canales rojos que
rieguen el vello de las piernas.
Contémplase la estufa
por otro lado: estatua
finge con algo de vestal
un tanto cotidiana,
que suélese pasar la
vida en flujos y reflujos
y a tener dolor se pone
así la miran.
Nadie, por tanto,
extráñase si afirmo
que la estufa parece un
ser humano:
mujer sospecha con fruto
en su vientre,
hombre semeja crepitando
hastíos,
con la indolencia de un
bostezo roto.
Pero, no obstante, nos
defrauda la mañana
cuando, al verla tan
fea, su hierro nos enfría*
De su libro
El Toro de Barro,
Cuenca 196o.
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Poeta de El Toro de Barro |
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