LA BRUMA
Sobre la vieja rama
de la desolación, yace la vida.
DIEGO JESÚS JIMÉNEZ
1 8 de mayo de 1994,
una nueva visión extinta de la vida;
garzas de aire hienden
la flor de la caléndula,
supura el tiempo, lentamente,
los dedos se desgranan en pústulas
de agua estancada,
mi cuerpo se desnuda de mi cuerpo,
de los ecos mi voz
rota, ininteligible, mi voz
surgida de la lluvia, mi voz
en la caverna llora
palabras de amor y es bruma;
2 intento reunir mis pedazos en torno
a mí, en torno a esta mesa
dividida mi cuerpo se conforma,
intento derramar lo que unido estuvo
¡oh desposesión de la carne!
tan fútil tu apariencia, tan torpe
tu postura, intento reunirme
en vocablos orgánicos, convoco
al vacío y sus conjuntos;
estéril es la huida, presiento
el corazón de lo que huye
como un jardín baldío,
como un pájaro ajado,
como esfuerzo inútil:
convoco al alma y no responde;
3 nada de lo que estuvo unido
permanece,
todo lo que nace se divide
y al cabo se derrama,
supura el tiempo en mi cuerpo
como fístula,
es la edad del dragón la que golpea
la puerta,
son los años que no tuve
los que apacientan mi alma,
es el pájaro, las alas
quebradas de la jaula,
es el destiempo mutilado, la fibra,
el don, la bruma;
4 no el tiempo de la gracia
sino el de la consumación,
no la gloria del instante, mas
acaso un instante, el mismo,
repetido eternamente
en espiral interminable:
pero alguna vez un sueño
escapa al tiempo
y a voleo toca la espalda de un hombre
y eludiendo la muerte
se perpetúa en el ángel
y se jacta y se yergue y se arroba
del sueño de jade de otro hombre:
en mi lecho de arena
no hay señales ni dote ni limosna;
5 la casa está lista
para hacer del invierno un almendro,
están listos los aperos, la horca
del huido, la semilla del cierzo
arañando los postigos, listos
los labios para la consagración
de la tierra, la carne
para ser inmolada:
madura la lluvia
y en la carne, apenas,
un nuevo brote
de almendro por la boca;
mi alma está lista
para adentrarse en la noche;
6 mi alma, oquedad desmembrada,
tiene textura de incendio,
mi alma, que fue materia y anduvo
a vueltas conmigo y me llamó por mi nombre
y yo no la oía, bate las alas
y se agita en mi fosa;
yo la convoco y no me responde,
los años que no tuve la apacientan;
ahora es este tilo que tiembla
bajo la lluvia, el aire
que de aire se ahoga,
el río que siento bullir
bajo la tierra
y no alcanza mi sed, la muchacha
de mirada ausente que ante la verja
con un ramo de flores secas
contiene el llanto,
acaso la llama, la lumbre, el incendio;
7 al alma de la tierra, al alma
de la roca, al alma fértil,
gozosa de la mujer cuyo pecho
es reposo: los labios
trémulos del niño,
se me aparecen ahora
como canto ebrio de huida,
como canto anegado, invertebrado ya,
congoja súbita, y siento latir
de la existencia el pulso
como un lejano eco a cuya voz
debí pertenecer
pero no me reconoce, un eco
entrecortado, debilísimo
que en mi boca se hace alivio
confusamente vivo; al alma del árbol
y del agua, al alma desbordada
del trueno y del fuego,
al alma redonda de los astros,
en mi alma de cuerpo presente
al universo;
8 es oración de cautivo este silencio
sueño de Dios, concepto,
vértigo purísimo que enajena
mi atracción por el vacío;
me duele la ausencia en los dedos
y mis piernas son sal esparcida
en la tierra: la vida se sueña
a sí misma: una ilusión
de luz extinguida, un soplo
en el viento, un poco de nieve
en el árbol, así el corazón,
¿quién vierte este amargo cáliz?
¿quién se esconde en la penumbra?
¿quién detrás de mi nombre
dirige la tramoya?;
en el dolor mi corazón fue silencio,
la carne, por el dolor, una espiga
de trigo maduro que apaciguó
la lluvia,
la vida se sueña a sí misma
pero del sueño surge otro reino
ajeno a la vida, un espacio
tibio que no ocupa nadie, la soledad
del que huye como un pájaro herido,
los brazos vencidos del que regresa;
la vida se sueña a sí misma
mas todo es silencio;
9 un largo silencio derramado,
presiento como un trago la noche,
como inevitable huida hacia adelante,
intuyo la muerte como bruma,
camino trazado sobre bruma
evanescente y frío y solitario:
advocación de un dios terrible
que descarga su ira sobre un ser
que contempla y no alcanza su rostro,
que mira la hoja desmayada
del sauce y dice: lloró Dios
sobre la piedra
y brotó un río de sangre
y de la sangre, el agua y del agua
que fluye, la vida
y de la vida, el hombre
perdido en la corriente,
braceando contra el silencio inexorable;
10 ¡oh laxitud de la carne!,
dispensadme del lamento del sueño,
asidme del párpado azul
de la tormenta
y entregad mi ser al abismo,
mas, ¿cómo hablar
este dialecto inaprensible
sin arañar el alma?,
¿cómo decir lo inasible, lo etéreo,
el aroma de una flor de luto
cómo atraparlo
hallar su esencia, su tonalidad, su textura?,
¿cómo plasmar la abolición
del color, de la línea, del espacio,
de la sugerencia o el estímulo
sin que el vértigo anule los sentidos?:
polvo de ángel, la nada
sustrayendo al alma del ser
que se sueña diferencia y sustrato,
¿cómo se nombran las cosas
en el lenguaje de los muertos?,
¿dónde el tacto para señalarlas,
la luz,
la íntima materia
que hilvana los vocablos?,
¿qué espejo cóncavo o convexo
desmiente así mi imagen? ¿qué trance,
desde el espejo, ocultan esos ojos
cerrados? ¿qué otro yo me sueña
desde el otro?;
11 libérame, señor, del sueño, aparta
de mis labios este vaso, sumérgeme
en el reino descreído de tus manos,
indícame el camino de la casa;
yo sé, señor,
de la hermosura de tu rostro,
de la humilde cordura de tu amor,
de la bondad de tu palabra,
sé de la esencia de la nieve
según tus ojos constelados,
yo sé del pan y de la espiga
y de la ausencia omnisciente
de tu mirada de ave
pero no sé de tu muerte, no sé
de tus lágrimas
de hombre como lluvia del otoño;
tú, que todo lo alcanzas
alienta este soplo de noche encadenada,
triza la luz de mis ojos oferentes
que miran al mundo y se obstinan
en negarte, apaga
esta sed homicida de amor
y sella mis labios
con el nombre de lo eterno,
tú, que todo lo puedes,
que en tu cuerpo derramado el mundo
se hizo cáliz
vierte el agua y la palabra:
hágase la luz en carne mortal,
álcese la rama del árbol
de lo humano en tu reino inextricable,
señor, mitiga el hambre de Dios
con tu caricia
de mis labios este vaso, sumérgeme
en el reino descreído de tus manos,
indícame el camino de la casa;
yo sé, señor,
de la hermosura de tu rostro,
de la humilde cordura de tu amor,
de la bondad de tu palabra,
sé de la esencia de la nieve
según tus ojos constelados,
yo sé del pan y de la espiga
y de la ausencia omnisciente
de tu mirada de ave
pero no sé de tu muerte, no sé
de tus lágrimas
de hombre como lluvia del otoño;
tú, que todo lo alcanzas
alienta este soplo de noche encadenada,
triza la luz de mis ojos oferentes
que miran al mundo y se obstinan
en negarte, apaga
esta sed homicida de amor
y sella mis labios
con el nombre de lo eterno,
tú, que todo lo puedes,
que en tu cuerpo derramado el mundo
se hizo cáliz
vierte el agua y la palabra:
hágase la luz en carne mortal,
álcese la rama del árbol
de lo humano en tu reino inextricable,
señor, mitiga el hambre de Dios
con tu caricia
y líbrame del amor, líbrame
del amor;