Luis García
Montero
(España, Andalucía,
1958)
La eternidad
Nunca he tenido dioses
y
tampoco sentí la despiadada
voluntad
de los héroes.
Durante
mucho tiempo estuvo libre
la
silla de mi juez
y
no esperé juicio
en
el que rendir cuentas de mis días.
Decidido
a vivir, busqué la sombra
capaz
de recogerme en los veranos
y
la hoguera dispuesta
a
llevarse el invierno por delante.
Pasé
noches de guardia y de silencio,
no
tuve prisa,
dejé
cruzar la rueda de los años.
Estaba
convencido
de
que existir no tiene trascendencia,
porque
la luz es siempre fugitiva
sobre
la oscuridad,
un
resplandor en medio del vacío.
Y
de pronto en el bosque se encendieron los árboles
de
las miradas insistentes,
el
mar tuvo labios de arena
igual
que las palabras dichas en un rincón,
el
viento abrió sus manos
y
los hoteles sus habitaciones.
Parecía
la tierra más desnuda,
porque
la noche fue,
como
el vacío,
un
resplandor oscuro en medio de la luz.
Entonces
comprendí que la inmortalidad
puede
cobrarse por adelantado.
Una
inmortalidad que no reside
en
plazas con estatua,
en
nubes religiosas
o
en la plastificada vanidad literaria,
llena
de halagos homicidas
y
murmullos de cóctel.
Es
otra mi razón. Que no me lea
quien
no haya visto nunca conmoverse la tierra
en
medio de un abrazo.
La
copa de cristal
que
pusiste al revés sobre la mesa,
guarda
un tiempo de oro detenido.
Me
basta con la vida para justificarme.
Y
cuando me convoquen a declarar mis actos,
aunque
sólo me escuche una silla vacía,
será
firme mi voz.
No
por lo que la muerte me prometa,
sino
por todo aquello que no podrá quitarme.
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Mercedes Escolano