Españoles vencidos huyen de las tropas del general Franco,
en los días finales de la Guerra Civil.
Barcelona
recivited
I
Soy el americano del destierro
de este silencio no
puedo salir si no es en calles en fuga de otro tiempo
donde los amores se han
convertido en viejos retratos de familia.
Padre decía…
La copa de alfarero se
modela con barro de los muertos
amapolas sangrantes
mezcladas con trigo
y el agua amarga del
dolor humano.
Ahora, la copa se
levanta por ellos
que se atrevieron mas
allá de sus miedos.
La casa bombardeada en
la avenida Del Paralel
en la vieja lavandería familiar
con cajones perfumados
con lavanda que solo vos recordarías Pepet,
donde el pasado se
llenó de humo de pólvora.
II
La familia grande
sonriente para la fotografía
Y las cartas de amor
que venían de América.
Todos primaverales,
ellas con finas ropas de lino bordado
y los hombres con su
panamá, vestidos delicadamente para la ocasión.
Todos educados por el
maestro Tatjé, que trajeron de Girona.
Solo yo recuerdo estos
nombres ya olvidados.
En estos sitios entro
en sus muertes con Ramoneta la sobreviviente...
Levántate y anda camino
a La Noguera
comiendo pan y mocos
hasta llegar al Segre,
junto a Alós de
Balaguer.
Quedaron los hermanos y
la abuela Sabina
y los primos se irán a
combatir para morir peleando.
III
Soy el americano del
destierro
ya nadie me reconoce.
Soy el rostro de mis
muertos,
mi oscura filiación
esta en la tierra
escondida en el viejo
cementery junto a la capilla
para que se haga de
todos los olvidos.
Nadie tiene nada que
ver con nadie.
IV
Sólo un tiempo en fuga
hacia adelante
cautivos en las
fumarolas de las factorías,
la construcción en
serie y el lúdico poder financiero
del que todos esperan
la “ buenaventura”.
Sólo el arte
transfigura lo que la historia profana.
Frente a la Sagrada
Familia
venden camisetas del
Che, de Bob Marley
y la infaltable
marihuana …
mezclados con Gaudí,
Miró, Dalí
lo banal y cosmopolita
por unos pocos euros,
Padre diría,
nunca escribas esto…
nunca
V
Siento pena mirando la
mar,
Catalunya profunda.
¿Qué hace de un hombre
un poeta?
La angustia infinita de
querer ser todos siendo nadie.
¿Y Palau i Fabre, el
alquimista?
Nadie más que él podría
entender este arte , lo supo junto a Picasso.
La eterna transmutación
de la materia construye la belleza
Nadie tema por mí, solo
llevo un tajo en el costado nada más
y una historia tapada
con cal y tierra caliza.
Que duele en la mirada
como la luz del rayo
cuando hay tormenta y
no tiene remedio.
Porque ya ha caído la
sombra, sobre nosotros,
hijos y nietos de
vencidos.
Otros poemas de Héctor Berenguer
Grandes Obras de
El Toro de Barro
El Toro de Barro
Clara Janés, "Huellas sobre una corteza".
Col «Cuadernos del Mediterráneo»,
Carlos Morales Ed., Ed. El Toro de Barro,
Tarancón de Cuenca 2004. |
El Toro de Barro |
2 comentarios:
Cierto, Héctor, sólo un tiempo en fuga hacia adelante, hará que el alfarero pueda conseguir una arcilla sin huella de penas, para moldear de nuevo el cántaro que dé de beber vida que no pólvora. Somos el rostro de nuestros muertos y el rostro de los muertos del hermano que no conocemos. Y hemos sido vencidos innumerablemente. Y somos esa larga sombra con un tajo en el costado, nada más. Ni nada menos, Héctor. Porque no estamos dispuestos ni estaremos, en este mundo de muertos, a ser sepultureros. Seguiremos siendo una diminuta lámpara de tierra, encendiendo vida entre las sombras. Salvo que este poema tuyo, Héctor, es mucho más que eso: es una antorcha, una llamarada que quiebra la noche. Porque cuando podamos reconocernos en tus palabras, cuando podamos dar el salto anónimo y colectivo del querer ser todos, a serlo, como una enredadera indetenible que haga florecer la vida, entonces, las amapolas recobrarán su color de vino maduro y el trigo o el maiz lo podremos amasar con el agua dúlcima de la alegría. Gracias por decirlo como los has dicho. Por hacer que la esperanza que aún se nutre del dolor, no olvide la vibración de los campanarios.
Acabo de encontrar este mensaje enviado hace cuatro años, sobre este mismo poema. Y no me desdigo, sino que lo digo de nuevo. He aquí lo escrito hoy cuando Carlos, vuelve a ofrendarnos esta pieza tuya:
Sobre un poema como este, poco puede decirse. De algún modo todos llevamos el rostro de nuestros muertos y el de los otros también. Y todos de alguna manera u otra queremos ser de todos siendo nadie y de nadie en verdad. Y eso no nos hace poetas, sino aprendices de alquimistas, en ese intento, hasta ahora vano, de transmutar la materia en belleza.
Todos, lo reconozcamos o no, llevamos ese mismo tajo en el costado y una historia tapada con cal y tierra caliza. Y todos sabemos-y esto quiere ser más que un decir- que la existencia de un vencido nos convierte a todos en vencidos. Porque no hay vencedores en el desarrollo de esta materia que es incapaz de transmutarse en belleza.
Y sí, Héctor, tememos por ti, y tememos por todos nosotros, porque sólo han cambiado las formas. La muerte sigue erguida sobre la vida, a modo de pira funeraria, tan alejada de ese fuego prometeico que Prometeo le arrebató a los dioses, aún a costa de ser tasajeado también, para entregárselos a unos hombres que se lo arrebatarían a otros hombres, para que siguiera triunfando la materia inerte sobre la floración del vivir.
Tu poema, Héctor, como tanto otros tuyos, llevan ese estremecimiento de la llama, esa especie de blasfemia que no es más que plegaria, esa advertencia inadvertida, con la que tratas de conmover la materia sin transmutación en la que nos hemos convertido.
Pero no le encuentro otra forma a la poesía que no sea ésta. Ni otro oficio de hombre que no sea éste. Y de eso trata toda tu poética, todas tus búsquedas. Y puedo agregar que hablas por tantos, que si alguna vez nos juntáramos, nos reconociéramos, nos interpretáramos, tal vez la belleza de la que hablas, comenzaría a florecer como un verde junco entre los eriales, hasta reinventarnos.
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