Niños mendigos de Mongolia. Viven en las alcantarillas. |
Wilver Moreno Tineo
NoctuRnidad
La
noche estira su negrura sobre los cuerpos, sobre los muñones que levantan sus
dedos acusadores. La noche olvida sus motivos, su naturaleza, su crueldad
intrínseca. La noche rodea a los cuerpos, los abraza para protegerlos de la luz
del sol que abate con su claridad. Ella brinda su oscuridad desinteresadamente.
Abajo, los mugidos de sus hijos ruegan por sus brazos, por un poco de su piel
materna. Los muñones se retuercen, intentan vocalizar, intentan alzar sus ojos
inexistentes, intentan sentir calor en su piel insensible. Este rebaño hace un
ruido sordo como de piedra caída dentro de un pozo profundo. La noche mira a
sus hijos con piedad, con pasión, con inexpresable amor. “¿Qué puedo hacer para
calmar a mis hijos?, ¿qué puedo hacer para aliviarlos?” Los alaridos ahora son
menos audibles, más lejanos. La noche entonces olvida sus ruegos y se concentra
en su majestuosidad, en su rotunda nocturnidad y prosigue su reinado.
Nuestro
agradecimiento a la
Grandes Obras de
El Toro de Barro
PVP: 8 euros
Pedidos a:
edicioneseltorodebarro@yahoo.es
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El dios desnudo lee
mi nombre.
Duino, me asusta su estatura
infantil.
Este olor a mar de mis brazos,
este desvestirse aunque cubras
mi cintura, aunque me retengas
en la petición de tus ojos
abiertos atándome, atándome.
Yo me confundo con la espera
de la desnudez.
A mi lado se yergue
la criatura
con su enorme sexo de bosque
como temible lanza
Y tanto huelo a mar
que ya no me defiendo
de esa herida.
mi nombre.
Duino, me asusta su estatura
infantil.
Este olor a mar de mis brazos,
este desvestirse aunque cubras
mi cintura, aunque me retengas
en la petición de tus ojos
abiertos atándome, atándome.
Yo me confundo con la espera
de la desnudez.
A mi lado se yergue
la criatura
con su enorme sexo de bosque
como temible lanza
Y tanto huelo a mar
que ya no me defiendo
de esa herida.
(Extracto)
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María Antonia Ricas
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