(En preparación por Carlos Morales del Coso)
Silvia Plath
(EEUU, 1932-1963)
Lady Lazarus
He vuelto a hacerlo.
Una vez por decenio
me las compongo...
Especie de milagro andante, mi piel
que destella como una pantalla de lámpara nazi,
mi pie derecho
pisapapeles,
mi rostro sin rasgos, delicada
tela judía.
Arráncame el paño,
oh enemigo mío.
¿Infundo terror?...
¿La nariz, las cuencas de los ojos, todos los dientes?
El aliento agrio
en un día se irá.
Pronto, pronto la carne
que devoró la tétrica caverna
en mí estará a sus anchas
y seré una mujer que sonríe.
No tengo más que treinta años.
Y, al igual que los gatos, siete ocasiones para morir.
Ésta es la Número Tres.
¡Qué basura
a aniquilar cada diez años!
¡Qué millón de filamentos!
La multitud de mascacacahuetes
se apelotona para mirar
cómo me desenvuelven de pies y manos
¡Gran strip-tease!
Caballeros señoras:
éstas, pues, son mis manos.
Mis rodillas.
Puedo estar en los huesos,
pero, no obstante, sigo siendo la misma idéntica mujer.
La primera vez que sucedió yo tenía diez años.
Fue un accidente.
La segunda vez estaba decidida
a seguir hasta el fin, a no regresar nunca.
Meciéndome, me cerré
como una concha.
Tuvieron que llamarme una y otra vez,
que arrancarme uno a uno los gusanos, como perlas pringosas.
Morir
es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Tan bien, que parece un infierno.
Tan bien, que parece de veras.
Supongo que cabría hablar de vocación.
Es bastante fácil hacerlo en una celda.
Es bastante fácil hacerlo, y quedarse esperando.
Es la teatral
reaparición a pleno día,
en el mismo lugar, ante la misma cara, al mismo bestial
y divertido grito
-¡es un milagro!-,
que te deja inconsciente.
Hay que pagar,
por verme las cicatrices; hay que pagar
por escucharme el corazón...
Late de veras.
Y hay que pagar; hay que pagar muchísimo,
por palabra o contacto,
o un poquito de sangre
o un jirón de mi pelo o de mi ropa.
¿Y pues, Herr Doktor?
¿Y pues, Herr Enemigo?
Soy tu opus,
soy tu inversión,
el bebé de oro puro
que se funde en un grito.
Me doy vuelta y me abraso.
No creas que no estimo tu preocupación en todo lo que vale.
Ceniza, ceniza...
que eres tú quien atiza y quien remueve.
Carne, hueso, no queda nada...
Una pastilla de jabón.
Un anillo de boda.
Un empaste de oro.
Herr Dios, Herr Lucifer;
tened cuidado,
tened cuidado.
De las cenizas
con el cabello rojo me levanto
y me como a los hombres como aire.
me las compongo...
Especie de milagro andante, mi piel
que destella como una pantalla de lámpara nazi,
mi pie derecho
pisapapeles,
mi rostro sin rasgos, delicada
tela judía.
Arráncame el paño,
oh enemigo mío.
¿Infundo terror?...
¿La nariz, las cuencas de los ojos, todos los dientes?
El aliento agrio
en un día se irá.
Pronto, pronto la carne
que devoró la tétrica caverna
en mí estará a sus anchas
y seré una mujer que sonríe.
No tengo más que treinta años.
Y, al igual que los gatos, siete ocasiones para morir.
Ésta es la Número Tres.
¡Qué basura
a aniquilar cada diez años!
¡Qué millón de filamentos!
La multitud de mascacacahuetes
se apelotona para mirar
cómo me desenvuelven de pies y manos
¡Gran strip-tease!
Caballeros señoras:
éstas, pues, son mis manos.
Mis rodillas.
Puedo estar en los huesos,
pero, no obstante, sigo siendo la misma idéntica mujer.
La primera vez que sucedió yo tenía diez años.
Fue un accidente.
La segunda vez estaba decidida
a seguir hasta el fin, a no regresar nunca.
Meciéndome, me cerré
como una concha.
Tuvieron que llamarme una y otra vez,
que arrancarme uno a uno los gusanos, como perlas pringosas.
Morir
es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Tan bien, que parece un infierno.
Tan bien, que parece de veras.
Supongo que cabría hablar de vocación.
Es bastante fácil hacerlo en una celda.
Es bastante fácil hacerlo, y quedarse esperando.
Es la teatral
reaparición a pleno día,
en el mismo lugar, ante la misma cara, al mismo bestial
y divertido grito
-¡es un milagro!-,
que te deja inconsciente.
Hay que pagar,
por verme las cicatrices; hay que pagar
por escucharme el corazón...
Late de veras.
Y hay que pagar; hay que pagar muchísimo,
por palabra o contacto,
o un poquito de sangre
o un jirón de mi pelo o de mi ropa.
¿Y pues, Herr Doktor?
¿Y pues, Herr Enemigo?
Soy tu opus,
soy tu inversión,
el bebé de oro puro
que se funde en un grito.
Me doy vuelta y me abraso.
No creas que no estimo tu preocupación en todo lo que vale.
Ceniza, ceniza...
que eres tú quien atiza y quien remueve.
Carne, hueso, no queda nada...
Una pastilla de jabón.
Un anillo de boda.
Un empaste de oro.
Herr Dios, Herr Lucifer;
tened cuidado,
tened cuidado.
De las cenizas
con el cabello rojo me levanto
y me como a los hombres como aire.
I have done it again.
One year in every ten
I manage it-
A sort of walking miracle, my skin
Bright as a Nazi lampshade,
My right foot
A paperweight,
My face a featureless, fine
Jew linen.
Peel off the napkin
O my enemy.
Do I terrify?-
The nose, the eye pits, the full set of teeth?
The sour breath
Will vanish in a day.
Soon, soon the flesh
The grave cave ate will be
At home on me
And I a smiling woman.
I am only thirty.
And like the cat I have nine times to die.
This is Number Three.
What a trash
To annihilate each decade.
What a million filaments.
The peanut-crunching crowd
Shoves in to see
Them unwrap me hand and foot-
The big strip tease.
Gentlemen, ladies
These are my hands
My knees.
I may be skin and bone,
Nevertheless, I am the same, identical woman.
The first time it happened I was ten.
It was an accident.
The second time I meant
To last it out and not come back at all.
I rocked shut
As a seashell.
They had to call and call
And pick the worms off me like sticky pearls.
Dying
Is an art, like everything else.
I do it exceptionally well.
I do it so it feels like hell.
I do it so it feels real.
I guess you could say I’ve a call.
It’s easy enough to do it in a cell.
It’s easy enough to do it and stay put.
It’s the theatrical
Comeback in broad day
To the same place, the same face, the same brute
Amused shout:
‘A miracle!'
That knocks me out.
There is a charge
For the eyeing of my scars, there is a charge
For the hearing of my heart--
It really goes.
And there is a charge, a very large charge
For a word or a touch
Or a bit of blood
Or a piece of my hair or my clothes.
So, so, Herr Doktor.
So, Herr Enemy.
I am your opus,
I am your valuable,
The pure gold baby
That melts to a shriek.
I turn and burn.
Do not think I underestimate your great concern.
Ash, ash--
You poke and stir.
Flesh, bone, there is nothing there--
A cake of soap,
A wedding ring,
A gold filling.
Herr God, Herr Lucifer
Beware
Beware.
Out of the ash
I rise with my red hair
And I eat men like air.
Sylvia Plath (1932-1963)
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