Víctor Toledo
(México, 1957)
Retrato de
mi padre en medio de la zafra
Padre,
¿no confundiste el mar de cangrejos azules con la porfía del horizonte?
Me preguntas por qué no he escrito sobre tu
muerte
¿y acaso tú estás muerto? O sólo tu brillo
bonachón se encuentra en otra parte
emborrachándose con cervezas solares en los
colores de anonas anodinas de la tarde.
Dudas por qué no he escrito sobre tu lejanía
sobre tu amado resplandor selvático, pestaña
azulmorada en que se pierde el sol
y por eso reclamas que a mi madre
no termine de explicar por qué no te has ido
y se seca asida a la ácida tormenta de tu
ausencia, más sabia que Descartes.
¿Por qué no supe de tu muerte
no traté de contener tu nueva cacería
y sofocar a tiempo el rumor de hojas secas que
llegaba de la mar?
Cuando anuncias tu derrotero a la selva blanca
lo haces con tristeza sin rumbo ni medida
¿por qué me detuve y no escribí al fin del mundo?
Donde la luz se une con la oscuridad y el cielo
rompe el cascarón
qué tristeza de amor qué larga lluvia fresca
qué sol tan despiadado con los ojos
que muestra la esencia la más desnuda ausencia
y afloja las vendas de la luz.
Padre mío, hijo mío, mi dulce niño,
tanto he sufrido que ya no quiero oír
mi corazón a la deriva tropical
vivo en un río sin cauce ni color sin causa
razonable ni sabor
yo que tanto soñé hundirme en él
pez ola
alirón de sus ondas volverme átomo rampante de su
espuma
surgir delfín de brillos nadar en él como su alma
alegre solitón persiguiendo sirenas de espejos
enlamados en la piel.
¿Recuerdas cuando íbamos al río y él venía de
nosotros?
Padre, me regalaste mi nagual: un juguetón felino
enamorado.
Pescábamos para jugar a ensartar el azar y atarlo
al tiempo
así nos pesca rumorosa aquella en su momento
como antes de la tromba que envuelve en la
gardenia a la sabana
y nos separa de las turbias espumas del amor.
Partimos el dolor con nuestras vidas acurrucadas
al filo del amor
filial alcaraván- arroja la víbora contra las
elevadas rocas
desayunamos auroras encendidas con anguilas
amarillas
subimos hasta el sueño
Todo lo dejamos lo olvidamos el destino herido
escapó
y el ciervo marinero y el agua despeinada persiguiendo
su vapor.
La tormenta cerca al misterioso velador que nunca pude ver
porque hoy el humo nació para enraizarse:
por la selva incendiada corre encendido el rumor
de que te fuiste
de estos días idos de los años idus de las
orquídeas que se volvieron voz del viento
briza de luna, rumiar y sueños de tamborcitos
jabalíes, ardiente pezón de las colinas
por la selva corre el rumor en que te alejas
un solo respiro incendiado de color
y eres un cedro rojo tu alma una ceiba azul
doblándose al peso enarbolado de calor.
Los días son manadas desfogadas de venados
grabando para siempre las figuras danzantes del
fogoso pánico en los ojos
podridas palabras reptan o se retuercen de dolor
vuelan las aves espantando sueños no tocados
y el
xochicuáhuitl se derrumba con su constelación
por la furia del fragor uno que otro tigre salta
y salva la selva su esplendor
al confundir su piel vertiginosa con el voraz
incendio
y mientras caes recuerdas las veces que saltaste
al cuello de la ninfa
cuando a mamá la heriste para siempre
cuando te hiciste en los negocios de la vida de
un salto un señorón de trajes anchos
(gruesas telas tejidos frescos exquisitos: grano
de pólvora, tul de la espuma cáñamo azul y sombreros panamá)
cuando con el Ford 57 fundas los Transportes del
Sureste:
abrirían las vírgenes extensiones acompañados de
verdes nubes de la algarabía
estremecimientos de mares algas escandalosos
vuelos penetrantes y tribus
de monos curiosos -llorando inconsolables si les
herían su compañera
(quedan a compartir su muerte).
Padre, la selva se quema y no es raro en estos
días
azafranadas zafras desbrozan las almas que se
fueron
descontarán los cantos canteras de vegetación
los árboles vivientes praderas de pecados
raíces enterradas en densa gravedad
y en un sólo día un sólo instante
todo se quema y borra sin razón en el delirio de
los insectos del fuego
sal azul de salamandras-
lo que con tanta paciencia prosperó
el tráfago del mar, el tragaluz de la amargura
sus ramas afiló pulió sus hojas traficantes
la selva parecía tranquila, ¿a quién le era más
útil de estos días el resplandor?
este brillo maravilloso de otros tiempos que en
el hinchado cielo se hunde
recoge y humedece para siempre en tierno mar
eterno
de sonidos internos
art decó
desquebrajándose en el óvulo del aire
como si alguien quebrara estruendosamente ramas
en la hoguera
como quien quiere darse así color, valor,
calor,
en la última forma
de la oscuridad.
El Toro de Barro
Carlos Morales, "Coexistencia (Antología de poesía israelí –árabe y hebrea– contemporánea” Ed. El Toro de Barro, Carlos Morales ed. Tarancón de Cuenca, 2002. PVP 10 euros. |
El Toro de Barro |
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