Norman Parkinson |
LibeRation
(Pet Shop boys, 1993)
Perder la cabeza. Bien, eso
es lo que parece que ocurre. Como que dan ganas de morirse, de retomar esos
patéticos versos de los decadentes y escupirlos a boca llena, ars moriendi, dan
ganas de volverse cursi, rojo de San Valetín y flamenquito a la par. ¿Pero cómo
se puede llegar a ser tan memo para perder la cabeza de esa manera? You were
sleeping on my shoulder. Recursos, florituras verbales, un montón de topoi
viejísimos, más viejos que las putas incansables de la esquina, chirriantes
sílabas que se precipitan sobre un papel sucio y que ya no explican nada y que
ya no me valen para nada. Ya está. Ya lo he dicho. La Poesía, con esa pedazo de P
mayúscula no sirve para nada. Para nada, memo. Ningún juglar le llevará tus
versos, ningún juglar la sorprenderá por la revelación inesperada de un amor
sincero. Mírala, mas no digas el nombre, ni siquiera la señal. No enumeres sus
atributos. Todo es perfecto secreto, información clasificada. Una indiscreción,
y a la cárcel; a la cárcel por vicioso, por lírico, por memo y decadente. No
nombres, calla, olvida el rollazo de la enumeración caótica y los intrépidos
esdrújulos de modernista desplantado. Basta que un mentecato lea esto para que
se descubra el pastel. Un amor terrible, cierto, sucio. Ya está, ya lo he
dicho, entre los glisandos y los wah-wah de las guitarras estilo Barry White y
los perniciosos violines de Sinatra y los acordes de séptima mayor. Peder la
cabeza, los papeles, el sitio y la razón. Porque la vida ya apenas entrega las
escurriduras, la vida no es generosa, no para mí, no para mí, y así, retornar
al tema, perder la cabeza, hacer una locura, creerse el capitán del bajel
pirata, el Temido, el más libre entre los libres. Mentira el mundo entero,
menos tu cabecita apoyada en mi hombro mientras regresábamos a casa en aquel
tren de cercanías...
De su libro
The Easy Years Hits
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El Toro de Barro
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No era nuestro el tiempo. Era de otros que fueron nosotros
sin cicatrices, sin velos, casi desnudos.
Otros cuya piel era dorada ,
mundo con luz y menor sobresalto (…)
No aceptamos la forma que tuvimos.
Es sólo un rumor
que rinde su presencia
con sombras que nadie reconoce.
De nada sirve saber en dónde estamos:
La realidad conserva en sus umbrías
resplandores de una luz que no nos pertenece.
Vivir es costumbre,
fulgor fingido,
ilusión de ver entre tanta ceguera.
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