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Amador Palacios
Still
El
polen que caliento
me sirve ahora para recordar
cuando probaba aquellas cápsulas
sin ninguna adicción;
ya era adicto al tabaco
aunque bien es verdad que pude retirarme
en varias ocasiones
un mes o más de él sin dar siquiera
una calada; era muy joven,
no jovencísimo pero bastante joven.
Con ayuda de un vaso me metía en el cuerpo
cinco o seis de ellas,
y a veces 7 u 8.
El efecto inmediato se mostraba
al irme caldeando por entero,
muy suavemente fuera y también dentro
de mí, hasta erguirme sobre la hierba
o desde mi sillón con un espíritu flotante
que abarcaba las bien apetecidas sensaciones
y duraba lo que un insomnio
razonable, un pelín desmesurado,
indoloro, sincero en espejismos
y un estado de charla sazonada.
Casi siempre sonaba Janis Joplin.
Lo que llamábamos bajón se pasaba cumpliendo
con muchas ganas de beber, bebiendo,
siempre insomnes pero ahora
en brazos de un cansancio sin nombre,
de no sabíamos qué índole,
inidentificable,
y levantarnos de la colchoneta
e ir a orinar muy a menudo.
Ausentes del catálogo de los que aún siguen vivos,
en buena fe ya entraba la luz por los resquicios
de puertas y ventanas
y yo inmóvil, perdido, sereno, alucinaba
viendo en el muro, hormigueante
por el amanecer, a aquel espectro inmóvil
que.
me sirve ahora para recordar
cuando probaba aquellas cápsulas
sin ninguna adicción;
ya era adicto al tabaco
aunque bien es verdad que pude retirarme
en varias ocasiones
un mes o más de él sin dar siquiera
una calada; era muy joven,
no jovencísimo pero bastante joven.
Con ayuda de un vaso me metía en el cuerpo
cinco o seis de ellas,
y a veces 7 u 8.
El efecto inmediato se mostraba
al irme caldeando por entero,
muy suavemente fuera y también dentro
de mí, hasta erguirme sobre la hierba
o desde mi sillón con un espíritu flotante
que abarcaba las bien apetecidas sensaciones
y duraba lo que un insomnio
razonable, un pelín desmesurado,
indoloro, sincero en espejismos
y un estado de charla sazonada.
Casi siempre sonaba Janis Joplin.
Lo que llamábamos bajón se pasaba cumpliendo
con muchas ganas de beber, bebiendo,
siempre insomnes pero ahora
en brazos de un cansancio sin nombre,
de no sabíamos qué índole,
inidentificable,
y levantarnos de la colchoneta
e ir a orinar muy a menudo.
Ausentes del catálogo de los que aún siguen vivos,
en buena fe ya entraba la luz por los resquicios
de puertas y ventanas
y yo inmóvil, perdido, sereno, alucinaba
viendo en el muro, hormigueante
por el amanecer, a aquel espectro inmóvil
que.
De su antología
Ed. El Toro de Barro
Tarancón de Cuenca, 2001.
Grandes Obras de
El Toro de Barro
PVP: 10 euros Pedidos a:
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