Carlos Alcorta
(España, 1959)
San Zeno Maggiore
Era casi
de noche. Lloviznaba
la
última vez que estuve en esta plaza,
mientras
porfiados reflectores
percutían
sobre la fachada
de la
basílica abrillantando
impunemente
un toldo pintado, un trampantojo.
Como un
gato nocturno,
cegados
construyeron mis ojos un precario
armazón
para el pensamiento.
Ennoblece
hoy el amortiguado sol
columnas,
arcos, toba, el mármol rosa
de
pilastras y leones, aunque su potestad
no
alcanza los rincones de la explanada más sombríos,
en
donde permanece
despreocupada
la resbaladiza
escarcha
de la noche precedente.
El
agnóstico nada más observa,
aún no
saca conclusiones.
La
iglesia está vacía. En un pequeño
locutorio,
lacrado como un confesionario,
dormita
el vigilante que me vende
la
entrada. Casi a tientas desciendo hacia la cripta
donde Romeo
desposó a Julieta
─la
mortecina luz de candelabros
mugrientos
crea junto a los ventanales
un
mundo fantasmal, de evanescentes
apariencias,
igual que si fueran actores
de
cine, despojados de formas absolutas─,
subo y
bajo peldaños, me demoro
como si
obedeciera un precepto
que no
acierto a representar
ni
cuando escribo, en un descansillo
no
consagrado a la oración.
No es
un ultimátum divino
o el
despertar de una conciencia
religiosa
lo que me inmoviliza,
sino la
humana seducción del arte
que
convierte en prodigio un acto cotidiano,
el peso
de una lágrima, el color
cárdeno
de la toga, el ligero arco levitante.
Me
postro ante el reclinatorio
como
quien cumple una promesa,
hasta
que me duelen las rodillas,
hasta
que la circulación sanguínea
se
paraliza y punzan en la blanda
piel
mil cristales rotos, rasgándola,
como
cuando pretendes
paliar
la sed bebiendo agua muy fría.
Un mudo
habla de nuevo, recobra el ciego el don
de la
vista. Suplican mis sentidos.
¿Es
ahora el futuro del pasado?
¿Soy en
este instante el niño
que fui
después? ¿Es más grande el vacío
al
recordarlo que antes, mientras lo percibía,
o quizá
la escritura resucita
otros
sentidos que ignoraba
poseer?
Asciendo hasta el altar despacio.
No
deseo romper este silencio
místico,
similar al que prolonga
el
orgasmo. Examino el perímetro.
Hago
cientos de fotos. Descompongo
el
conjunto. Enmascaro mis creencias. No me mueve
fe
alguna porque veo en las pinturas
más que
fervor, idolatría, angustia
de
vivir, servidumbres hereditarias, nada
que proporcione
libertad al siervo
ante el
destino. Desde lo más íntimo
de mi
ser veo a ese hombre que aún quiere
encarnarse
en un héroe abrumado
por un
amor furtivo que parte hacia la guerra,
un
Ivanhoe real, acerados
mis
sueños, más letales que su espada.
Entre
mi mundo y el suyo no hay paz
posible.
Son los muros de la historia,
sutiles,
invisibles los que logran
distanciarnos.
Existen otras maneras de morir
más
crueles que la espada, como el frío o el hambre.
De su libro
Ahora es la noche
Valparaíso Eds., 2015
Otros poemas
de Carlos Alcorta
Grandes Obras de
El Toro de Barro
Carlos Morales del Coso, "Un rostro en el jardín"
Col. Cuadernos del Mediterráneo.
Ed. El Toro de Barro, Tarancón de Cuenca 2000.
edicioneseltorodebarro@yahoo.es |
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