Gabino Alejandro Carriedo |
Gabino Alejandro
Carriedo
Hombre bueno yo soy
Hombre bueno yo soy para el sombrío
mirar las cosas del revés y alego
que nada quiero creer y nada niego
cuando se trata del contorno mío.
Exactamente como el mar bravío
que se muere de sed estoy y llego
donde nadie llegar pensaba y luego
me quedo así en un yerto escalofrío.
Así convierto en ocio mis pesares
y el eco de mi barba en aguanieve
y el pálpito purísimo en certeza.
Que estoy como las aguas de los mares :
blancas para el pudor de amar si llueve
lluvia de amor el dios de la tristeza.
De su libro
La flor del humo (1946)
Otros
poemas de Gabino Alejandro Carriedo
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© Del poema, Gabino
Alejandro Carriedo.
En caso de reproducción, rogamos se cite
la autoría.
"... como el mar bravío que se muere de sed..."
ResponderEliminarEn mi opinión un poema excelente. Gracias Carlos por recordar a Carriedo. Ayer leí un poema de Gloria Fuertes donde citaba a Carriedo, Crespo, Ory, Celaya, Molina, etc.
ResponderEliminarUn galera de heterodoxos, Raúl Herrero...sí...pero cuánta, cuánta ternura hay en estos versos. Me alegro mucho de que Gerardo Lewin se haya sentido aludido: Carriedo es una joya oculta de la poesía española del siglo XX. También él, Gerardo, nos está dando a conocer poetas que se nos escaparon...
ResponderEliminarQué barbaridad.... Cuantísimas cosas, cuántos poetas no conozco, me asusta un poco de mi misma. Qué soneto maravilloso, Carlos, gracias por presentarme a Gabino Alejandro, prometo recordarlo.
ResponderEliminarEra un personaje peculiar, Ana, y la suya era una poesía fronteriza que no se adecuaba a los cánones conque las editoriales y el mundo literiario en general definían cada "generación". Eso lo convirtió en un poeta marginal, merecedor de un exiguo pie de página en los libros de Historia. Para colmo, en los años finales de su vida, se afanó en una poesía más vanguardista, lo que difuminó la capacidad de proyección de su obra literaria. Quiso, incluso, refundar el movimiento postista con la cobertura editarial El Toro de Barro, que entonces dirigía otro ángel de la vanguardia, el poeta Carlos de la Rica. Era un sueño insensta, porque entonces, a comienzos de los ochenta, comenzó a extenderse el poder de los Hijos de la Realidad y de su poesía -rehumanizadora- de la experiencia. Una locura, en fin. Ambos querían que yo me sumase a esa aventura. Debido a esa razón, Carlos acordó con Gabino que nos conocieéramos en Madrid. Llegado el día, el tren que traía a Carlos llegó de Cuenca, pero el hombre al que iba a conocer acababa, ese mismo día, de morir. Desde entonces, su presencia ha gravitado sobre mí. Un conjunto de casualidades, que a veces imagino que no fueron fortuitas, hicieron que el primer libro que edité en el Toro tras la muerte de Carlos fuera "El libro de las premoniciones", de Gabino. No sólo eso. De algúna manera me puso en el camino que aparentemente yo debía seguir, que me llevaría a trabajar por la rehabilitación de los poetas y los movimientos ligados a aquella heterodoxia de la rara vanguardia postista de mediados de siglo que él apadrinaba: él, Ángel Crespo, Eduardo Chicharo, Carlos Edmundo de Ory...Por ahí empezó todo a caminar.
ResponderEliminarEs una historia estupenda, Carlos, y he entendido de un plumazo al personaje, además. Es imposible que un plantón tan triste como el que Gabino te dio no te marcara, en lo personal o en lo profesional... Son misteriosos los cruces entre las personas y sus resultados, verdad? Tan misteriosos que a veces ni parecen casuales.
ResponderEliminarLa tiranía de la poesía de la que hablas Carlos Morales del Coso a principios de los ochenta todavía prosigue. Podría contar tantas cosas… dar tantos ejemplos… pero hace tiempo que me retiré de esas lides porque no conducen a ninguna parte… todavía se celebra "la ceremonia de la ocultación contra algunos y contra algunas formas de poesía". Por tanto se demuestras una gran valentía recordando a poetas como Carriedo y a otros heterodoxos. No sé trata de realizar ningúna revancha, pero sí de no permitir la ocultación a sabiendas y con mala fe.
ResponderEliminarTú también has hecho lo tuyo, Raúl Herrero, y la colección Igitur de Rosa Lentini y Ricardo Cano Gaviria, entre otras. Pero tengo la sensación de que, con estos poetas, no se llegará jamás a un lugar lejano. Y lo entiendo. Está claro, en mi opinión, que el impulso rehumanizador de la poesía contemporánea desde fianales de los años ochenta, que tanto ha hecho por ampliar el número de amantes de la poesía, ha sobrepasado con sus olas a estos y a otros grandes poetas, como Cirlot, Pino, Mantero, Gamoneda, etc, a personalidades de culto más que restringido a los adeptos. Algunos, como Crespo y, en buena medida el último Ory, se han subido a la cresta de la ola, y no creo que nadie los pueda bajar ya, pero ¿qué se puede hacer cuando uno de los grendes comentarístas de la poesía española como Luis Antonio de Villena -que además la practica desde dentro- dice de Crespo que es -¡¡¡símplemente!!!- un "poeta notable"? Críticos como Túa Blesa, Antón Castro, Juan ignacio Garzón, o editoriales con más peso de fidelidadaes en las espaldas que medios para sostenerse poco poemos hacer para rehacer las cosas. En fin....
ResponderEliminarSiempre llego tarde a estas cosas, jo... Lo de Villena tiene chiste. Crespo es, en efecto, notable. Villena es suficiente, solo, a pesar de las posibilidades que se le han brindado para subir nota. Y en cuanto al afán rehumanizador de las últimas décadas, parece mentira que aún estemos así. Arte en la vida, vida en el arte, blablabla, porque en el fondo seguimos con la misma historia. Se supone que estaba ya zanjado el asunto cuando Antonio Espina (apunta a este, Carlos: un monstruo) sentenció que el comprometido es el artista, y no el arte. Tal vez la "rareza" en poesía sea algo que hay que conservar intacto, porque los raros eligieron serlo, y sería traicionarlos intentar acercarlos a un público al que nunca se dirigieron. Creo, y es solo una opinión, que el intento debe ir en sentido inverso: educar la sensibilidad de los lectores para que gocen de esa rareza. Joder, cómo me pongo de catedro: perdonad.
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