martes, 30 de octubre de 2012

«Namasté», de Verónica Pedemonte





NamaS
Ah, si fueras mi hermano, criado
por los pechos de mi madre, yo podría
besarte en plena calle sin miedo a los desprecios,
te llevaría de la mano, te metería
en casa de mi madre,
y tú me enseñarías
y yo te daría el aroma de mi vino
y tú beberías del licor de mi granada...

El Cantar de los Cantares
(Versión de Carlos Morales)




Yo saludo al dios que está dentro de ti,
que se oculta en tu vientre
y me mira a través de tus ojos.
Y dime si conoce
placeres orientales,
o si es un dios cristiano
que usa túnicas pobres y sagradas.
Si es joven o si es viejo,
si es inexperto o sabio.
Cuántas puertas abrió
al salir de la casa de su madre.
Porque deseo que se reencarne en mi,
que traspase mi cuerpo y que me habite.
Dime cuál es su diosa,
si se oculta detrás de siete velos
o si viaja desnuda.
Como detrás del fuego
se mostrará mi dios,
el que viaja en cóndores
y pinta gacelas
sobre el tiempo de la carne.
Él te conducirá al templo de mi diosa
la que se oculta en mi mirada y reza
por el escapulario de tu cuerpo,
la que viene del mundo de las sombras
para ofrecer cobijo a los amantes.
Y así con mi plegaria y tu deseo
en una red de almas y un abrazo
de cuatro dioses, nos alcance la luz.



Café Central, antología
(Lima ,Perú)
Revista Isla Negra 2005


Otros poemas de
Verónica Pedemonte
«Amanda»
«Muerde»
«Pumas»


Shamer Khair, enCarlos Morales COEXISTENCIA, Antología de la poesía isralí -árabe y hebrea- contemporánea.
  PVP 10 euros
edicioneseltorodebarro@yahoo.es
Libro recomendado

Cuando tocó mi mano con sus dedos,
cuando mordió mi mano
y dejó sus labios caer sobre mi boca
como una manzana, había nubes
cabalgando encima de la tierra,
y el fuego de su alma se agitaba
como el relámpago de una tormenta de verano.
No era un espejismo, no: la tierra era
un mar sediento y encrespado,
y cuando la abrazó la lluvia, mi corazón

se llenó de guitarras, y se atrevió a cantar.


Shamer Khair














1 comentario:

  1. Maravilloso este poema, Carlos, Verónica. Al esa parte divina que todos llevamos dentro y que está allí para compartirla, como una llamita de vela que pasa de mano en mano.

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