Pasión y muerte de Paolo PaSolini
(Bolonia, 5/3/1922- Ostia (2/11/75)
I
Era día de todos los santos y no había mucha
gente,
él le ofreció veinte mil liras. Amaba a esos muchachos de la vida que
ofrecen sexo con un nombre de guerra. El elegido se llamaba Pino Rana,
como podía llamarse Rocco, que ahora debe andar por la
Vía Ostiense que conduce a la costa, o cualquier otro de los
tantos, con falso cinturón D&, falso Rolex, falsos Rayband y
falsa identidad y que aún caminan con amor homicida,junto a la
basílica de San Pablo o al Capitolio, en la cercanías del templo de Júpiter o
como tu amor ocasional, donde el Tíber se convierte en la
Fiumara Grande.
Ahora debes volver a morir en
la desolada Ostia, donde pensabas y escribías las últimas cosas, en las
luminosas terrazas que dan a la costa, a donde el lagarto se funde con la arena
sucia y el todo se hace nada en una línea de agua negra . “Vuelvo a ti, muerte
y te redescubro, como el emigrado que ha hecho fortuna.”
II
Aún la noche no te será revelada, la noche de los malditos que son
benditos y no quieren serlo, pero los sigue el peso del deseo de una muerte
inmaculada. Como los “accattone” o la última cena con la boca sedienta junto al
Tíber. Los “Ciento veinte días de Gomorra” ya se han cumplido, la enemistad de
los fascistas, católicos confesos, comunistas, brigadistas, demócratas
mafiosos.
Edipo Rey tiene los ojos puestos en vos, te está mirando,
Medea te espera sigilosa. Pero sobre todo, te llama la humilde campesina
que llora eternamente en “Il Porcile” y cuyas lágrimas aún lastiman la tierra
que somos y seremos. Gente normal / me condena al temblor/ a
ocultarme/ a desaparecer… Ya los sicarios te esperan como centuriones en
el desolado páramo de Ostia. Agitador de conciencias impuras. Te espera el
camino al otro mar, el mar de los gentiles, esa Galilea indescifrable donde
Mateo desató el ansia imposible de probar la muerte.
La sangre de la justa muerte y a favor de los muchos,
pero muy pocos. Mateo Leví el recaudador arrepentido, el publicano
que “vio la destrucción del templo”. Lo que antes fue en el momento y que ya es
después, hasta el día de hoy. El campo de alfarero, el campo de sangre.
Deja que los indecisos entierren a sus muertos Ya nadie
añade un codo a su vida porque miran y no ven, oyen pero ni escuchan ni
entienden : “Sporco comunista”, “Mascalzone”, “Frocio” “Fetuso”.
Ya no siento delante de mi toda la vida / Ahora tengo
poco tiempo por culpa de la muerte/ Por culpa de este mundo inhumano.
III
Dos de noviembre de mil novecientos setenta y
cinco: dice “El Corriere della Sera”.
Asesino confeso: Giuseppe Pelosi, entonces tenía diecisiete años.
Vivían Moravia, su esposa Elsa Morante, el poeta Darío Bellezza. Entre
tantos amigos nadie vio nada porque nadie miraba para ese lado y si miraban no
te hubieran visto….
Oyeron pero no escucharon. Ahora se sabe que fue una conspiración. Ya lo
había profetizado. Oriana en su desierto como Miriam, cuando vio a Jesús y
nadie le creyó.
Giorgio Napolitano “amigo de las artes” tampoco vio nada
anormal. Las Brigadas Rojas se ahogaron en otras sangres. El pueblo dijo:
“Algo habrá hecho”… “Se muere como se vive”… Derecha de la
izquierda, izquierda de la derecha…
Que solo que está el hombre que está sólo consigo.
Otros poemas de Héctor Berenguer
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El dios desnudo lee
mi nombre.
Duino, me asusta su estatura
infantil.
Este olor a mar de mis brazos,
este desvestirse aunque cubras
mi cintura, aunque me retengas
en la petición de tus ojos
abiertos atándome, atándome.
Yo me confundo con la espera
de la desnudez.
A mi lado se yergue
la criatura
con su enorme sexo de bosque
como temible lanza
Y tanto huelo a mar
que ya no me defiendo
de esa herida.
mi nombre.
Duino, me asusta su estatura
infantil.
Este olor a mar de mis brazos,
este desvestirse aunque cubras
mi cintura, aunque me retengas
en la petición de tus ojos
abiertos atándome, atándome.
Yo me confundo con la espera
de la desnudez.
A mi lado se yergue
la criatura
con su enorme sexo de bosque
como temible lanza
Y tanto huelo a mar
que ya no me defiendo
de esa herida.
(Extracto)
Otros poemas de
María Antonia Ricas
Poema tremendo, como la historia misma. Me lo imagino desafiando la muerte, en una especie de arrebato imparable. Como si intuyera con un poder suprahumano, su propio fin y le saliera al encuentro.
ResponderEliminarTus páginas Carlos, siempre son una suerte de escalofrío ante un derroche de decires y asombros. Se anda por ellos como un aprendiz que busca escalar las cimas de sí mismo. Este poema, como tantos que guardas en esos cofres magníficos, tiene esa virtud de narrar de uno, lo que es de tantos. De revelar lo que queda y lo que otros quisieran borrar. Y ese final que es un todo: que sólo que está el hombre que está sólo consigo. Es bueno amanecer entre tus páginas.
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