Teo Serna
SEIS MOMENTOS DE LUNA
El poeta evoca a la amada que se manchó de luna
¡La Luna era un saurio blanco
tan redondo!
Inofensivo aparentemente
entre tus cejas,
inventaba amores de mercurio
como fugitivas esferas
en los dedos.
Se espantó su fósil
por mis manos
como Gioconda de azúcar
que perdiera su sonrisa en una taza.
Fue entonces un molino de colores
y de tiza
volando libre por tus ojos.
La luna con peineta baila una pavana
Grave es la pavana de la Luna.
(Sutil, el meriñaque
conjura a la espineta
con la rareza del beso disecado,
con el gesto extraño de la porcelana,
con un resquebrajado amor de laca china).
Blanca es la pavana de la Luna.
(Transparente, la mano
que pulsó la tecla dura,
roza la caracola quimérica de nube
que sabe a encaje de mar viejo,
amarillo y desgastado).
Lenta es la pavana de la Luna.
(Liviana, la peineta nacarada
extraña la música oscura
que huele a rosa asesina
de pétalos azabache.
Y quiere buscar un ciprés
para jugar a las tumbas).
La luna enseña su cara oculta al arcángel
con alas de filigrana
Leve cuerpo, hermoso y glauco
arcángel que fosforeces
bajo mi pálido reino,
como insecto tremendo de santidad.
Transparentes las alas imprecisas
—apenas plumas que imagino—,
batientes como incienso evaporado.
Cabellera en el vacío de estrellas
más absoluto,
revuelto alboroto de galaxias.
Y tu sexo, en perpetuo desconcierto
de la sombra,
asombrado acecho del ojo inquieto
y la mano impura,
recortando siempre dudas verdinegras.
Mi rostro es ya secreto tuyo,
y tu pubis,
florecida escarcha de mi mano.
La luna afila su navaja azul
Para abrir la herida
en un enorme surco negro,
afilaré mi filo azul;
para encontrar el llanto
—que no es perdido sino
en tus mejillas—,
hallaré los pedernales
duros de la noche;
para acabar, sencillamente,
mi pequeño resplandor
buscará tu vientre
y dormirá allí,
como el eterno niño
que nunca nace.
Luna en paisaje con gramola
Se asomaba la Luna
como a una rendija circense.
La música sonaba,
lejana en la gramola de la noche
redonda,
como una promesa de epicéntrico
grafito.
Y aquel piano revolucionado
quería subirse a lo blanco
como un globo de papel
sube a la torre.
La luna derrama su vino sobre los poetas
y los amantes
Y este vino maldito
que se aloja en mi copa
como un poso de oscura estrella
derramada;
este vino que trasmuta los conos
de cristal;
este vino que quizá desde siempre
me esperaba,
justamente escanciado,
sobre el mármol siempreblanco
y duro;
este vino-recordatorio,
como estampa de primera comunión;
este vino que no es sino extraña mariposa
circuncisa que aletea y resbala
una vez y
otra.
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El Toro de Barro
Muy interesante mirada poética.
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