Poitiers 1984
¿Dónde anidaban las palomas
de Peitieus, cuando Leonor
de Aquitania cerraba esta ventana
contra el sol de la tarde?
Ahora las veo -bajo el sol
de esta tarde -batir
las alas en la torre
que la hiedra devora.
Y no hay halconero que a la alcándora
lleve al falcón para que no disperse
-ni hay tal halcón- al bando
que aletea aquel nombre
sobre el rumor de la ciudad.
Celosa de sus vuelos, la ventana
solía ella cerrar: que no cambiasen
la intimidad sombría de su estancia
por el sol de una tarde.
Bajo un cielo sin pájaros
Bajo un cielo sin pájaros
¿qué redención podemos
esperar -o qué canto
suspendernos sabría?
Va el sol cayendo, y su cadáver frío
no cruza un ala -y todas las auroras
gritan desde su ayer que no está muerta
la hoja postrera.
¿Pero en qué paisaje
tiñe de verde, en qué país, al viento?
Cuando te quedas solo...
Cuando te quedas solo, eres espejo
de lo que fuiste:
una mañana
contemplada desde el balcón
entornado; unos pasos
armoniosos que no has seguido
para no derramar tu gozo;
unas cuantas palabras
que te cambiaron más que el tiempo;
una mirada que se ahogó
como luz en tus venas;
un viaje que nunca querías
terminar; tu alma ausente
de lo que te esperaba
al quedarte tan solo.
Iban mirándome al pasar
En una cueva de un monte lejano
me refugié. Y era de día
y cantaba el agua en el agua
y el aire soñaba en el aire.
Me refugié para no huirme
y no encontrarme. Era de noche
y el monte aquel era de luz.
Nunca supe de procesiones
como aquéllas: vestían clámides
transparentes, sin fibras, iban
mirándome al pasar.
Lo que no tiene fin no se posee
ni nos posee: las miradas,
suyas y mías, eran formas
de otra forma de amor.
No hay dioses muertos si son dioses,
ni aquella cueva, ni aquel monte,
ni aquella luz, ni clámides
sin fimbrias, pues abrí
los ojos, y hasta el pecho
surgió el río del río.
Los ojos de la corza
Viajo desde los ojos de la corza
a su interior. Un mundo de cristales
ternísimos y velos ligerísimos
acoge al primer paso de mis ojos.
Avanzo sin temor; sobrecogido,
no obstante, por lo fácil del camino
que, de ojos adelante, ya discurre
por pasadizos y pasillos suaves
al tacto de los pies que me imagino,
y porque a su través se transparentan
leves arquitecturas sinuosas,
edificios de flor carnal y ramas
que, aunque no mueve el viento, se cimbrean
al borde de arroyuelos escarlatas,
y suaves y pulidas piedras puestas
en orden de descanso y sobresalto.
Lejos quedan los ojos de la corza
en tan corto trayecto transcendidos
y, cuando vuelvo hacia ellos la mirada
-ya huésped familiar de lo aludido-,
no encuentro su salida luminosa
y me pierdo en un prado de mil prados,
hechos de tiempos idos y presentes,
vigilados por vuelos agresivos
y por olfatos que el marfil afilan.
Sigo los vericuetos de la corza,
que se han hecho mi propio laberinto,
y hallo en su centro de lucientes ojos
los suyos y los míos junto a un pozo
del que desborda el agua suya y mía.
No te asomes
No te asomes a ese jardín
ni quieras descubrir sus rosas.
Mueren tras ese idéntico
perfume, igual color,
y la sed llena el vaso.
No te acerques a ese jardín
si quieres que aún existan
y que tu amor de siglos no se apague,
y si amas la esperanza.
Déjalas bajo el sol: búscate dentro
esa otra cosa que renace y muere,
esa flor que sospechas que hay en ti,
esa rosa que fue, pasó, nunca hubo rosas.
Paseata del destronado
¿En qué jardín sembrar una rosa
de Francia? ¿A que follajes
confiar una estatua de Ceres la rubia,
un bronce del Verrocchio, una matita de verbena?
¿Puede ascender sobre estos pastos
un quinteto de oboes,
o bien una gentil perdiz
que podríamos llevar al lienzo?
¡Ah! ¿Dónde crece el laurel oloroso,
dónde canta al oído el agua,
dónde unas columnas caídas
que sonrían sin una mueca?
La distancia se me convierte
en un reino redondo y cristalino,
a través del cual una mano
ofrece a mi cansancio sus sortijas.
Ula
Aquella noche te llamabas Ula
y huías ululando por la nieve.
Aquella noche escandinava
en que las alas de la nieve
entraban por debajo de la puerta
y, ateridas, se desplumaban
-yo te veía figurarte en Ula,
estremecida por el fuego,
e internarte en el bosque
en connivencia con lo oscuro.
Es verdad que no traspasaste
la puerta de la casa
-pero ésa eras la otra-
mientras, melena al viento,
Ula, con pies alados,
asustaba a la noche.
¿Cómo lograste, cómo hubiste
que aquélla fueran, que la nieve
te cambiase aquel nombre
-y que tus pies dejaran
huellas legibles: y dejases
a tu conmigo amando
de mentidor testigo?
Y entonces me mirabas:
cuando ibas
alzándote ululante
-delicada Eloísa de la nieve-
mientras yo el albedrío
te entregaba
de mano de mi lengua.
Gracias por compartirnos estos pòemas de Ángel Crespo!!
ResponderEliminarSabés? Sos de los pocos que interpretó la metáfora de la orquidea...
Gracias!!
Un beso.
Me ha dejado anonadada.Un poeta genial.Gracias por descubrírmelo.
ResponderEliminarHace ya algún tiempo, después de una maravillosa conversa sobre literatura con mi profesor de español, llegué en casa y miré despacio mi estantería, tantos libros… y casi todos de brasileños y portugueses, fui me dando cuenta de lo mucho que nos cerramos en nuestra propia cultura, como permanecemos dentro de muros invisibles. Empezaba a descubrir ese mundo que habla vuestra lengua y era igual a comer un fruto muy exquisito, sembrado en tierras distantes, con sabor de otras músicas, otros matices… Lo digo todo eso, Carlos, porque difícilmente se puede encontrar en alguna librería de Brasil, un Ángel Crespo, y ni hablar de Margalit Matitiahu… Entonces la Internet abre esos caminos que rompen los muros y hacen posible tocar esos muchos sabores. Por donde se puede sentir que - pese a todo el desconcierto del mundo - en todas las partes habita el corazón de las personas una gran sed de belleza, de comunión y paz, de compartir lo toca el alma… Así que este espacio tuyo me resulta precioso; como no tengo mucho tiempo, suelo imprimir los poemas y narrativas y leerlos en el camino del trabajo, y es siempre un descubrimiento que me hace sentir. Entonces he venido para darte las gracias por todo ello, por tu poesía y, también, por el detalle en tu comentario en Canto de espumas (y no, no he volado ni ocurrió nada, tan sólo no me es posible dedicarme más o estar más presente), pero tu gesto me llegó con delicadeza, gracias.
ResponderEliminarAdemás, te dejo un abrazo solidario en razón de lo que leí en “invitaciones”, nunca me será posible comprender la lógica de la violencia. Cuídate bien.
pd: a menudo eso me ocurre: escribo y más tarde me doy cuenta que no me expresé bien. Con no ser posible dedicarme más, no quiere decir que me voy, solo que no consigo dejar muchas entradas o dedicar más tiempo a este hacer como me gustaría. Me da mucho gusto estar entre vosotros.
ResponderEliminarSueño en tu paraíso.
ResponderEliminarBesos.
Cuidate mucho.
Muy buena selección. Abrazos.
ResponderEliminarfuego negro... antiquísimo devorador de luz y ocultos verbos...
ResponderEliminargracias por el poema, gracias por esta fascinante selección de la obra de Ángel Crespo
un abrazo
Amigo a veces me gustaría llamarme Ula para desaparecer en ese horizonte invisible mezcla de viento, visiones y nieve. Pasión y deseo, mezcla de lo efímero y lo eterno, lo misterioso y lo certero.
ResponderEliminarNo soy Ula - seguro que para su suerte - pero sin duda sueño sus sueños.
Un fuerte saludo