lunes, 13 de agosto de 2007

Naim Araidy, "La soga"


Naim Araidy

La soga


Los hijos de Galilea

Los hijos de Galilea son cálidos como el sol,
duros como la terebinta y orgullosos como el roble,
abrasan como el fuego de Sodoma, poseen
la humedad salina de la mar y, sin embargo,
abjuran del placer, renuncian a sus cuerpos.

Entre la proximidad y la lejanía,
yo extiendo un cordel desde mi cuello a su cuello:
¡ay, hijos de Galilea, dejadme o me perderéis,
dejadme volver para morir más tarde
con Gomorra!
Entre vosotros y yo no hay más que una sola cuerda.
Si vosotros la tensáis, yo la aflojo;
si vosotros la aflojáis, yo la tenso;
¿No creéis que ya va siendo hora
de que nos entendamos?

Todos los hijos de Galilea son mis antepasados,
y yo su heredero. Es verdad que somos diferentes
pero somos también el mismo hombre tan sólo,
sujetos a la ley de un único linaje interminable.
A pesar mío y de vuestra cólera, la misma soga
nos sujeta: la cuerda que me apresa por el cuello
es el hilo que os abraza por el cuello.

No, no hay invierno que dure en Galilea:
sobre la nieve florecen los olivos, los cantos perfumados
agitan el aceite para limpiar nuestras heridas,
y sus posos iluminan la nariz
que el ron de Galilea no deja de embriagar.
.../...
Y yo sigo desgarrando mis libros todavía,
porque ellos son la sangre que nos cruza,
la soga que nos ata.
Yo seré la víctima que expíe, con su muerte,
los pecados de mis hijos, y mi propio
pecado.


He regresado a la aldea

H
e regresado a la aldea
donde aprendí a llorar por primera vez.
Regresé a la montaña
donde la naturaleza es un paisaje
que no precisa de fotografías.
Regrese al hogar que mis antepasados


esculpieron en las rocas.
He vuelto al centro de mí mismo,
como yo quería.

He vuelto a la aldea
porque, abandonado por la poesía,
soñaba el difícil nacimiento del za’atar
y el aún más difícil de las suaves
espigas en la tierra abandonada,
donde yo un día soñé el amor naciente.

He regresado a la aldea
en la que viví una vida antes de mi vida,
raíz de diez mil viñedos
sobre la tierra buena
hasta que el viento llegó,
y me arrastró lejos y me devolvió, de nuevo,
a una vida nueva, como un penitente que arrastrara su[pecado.

¡Ay, sueño mío número treinta y dos,
he aquí los senderos desaparecidos,
casas tan altas como torres de Babel,
ay, pesado sueño mío
del que jamás brotará retoño!
.../...
¿Dónde están los hijos de la pobreza,
abandonados como las moribundas hojas de los árboles?
Nada queda ya de la que fue mi aldea,
sólo el nombre de aquellas viejas sendas
que hoy solamente son asfalto negro.

¡Ay, mi pequeña aldea se ha rendido
a los espejismos de la Civilización!
A mi aldea he vuelto, sí,
mas ya no escucho el ladrido de los perros,
y el palomar se ha vuelto una torre iluminada.
Ya nunca podré imitar con los segadores
la música del ruiseñor,
pues nada permanece ya de aquellos campesinos,
convertidos hoy en braceros a sueldo
con las gargantas llenas de humo.
¡Ay, mi sueño es como un pesado risco:
he vuelto a mi aldea huyendo de la Civilización
como un hijo que viniendo del exilio
otro exilio encontrara más amargo.





(Traducidos por Carlos Morales, estos poemas aparecierond editados en Coexistence, El Toro de Barro, Tarancón de Cuenca 2002)





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