domingo, 3 de junio de 2018

«Bulgaria», de Paulina Vinderman

Desconocemos el autor.


Paulina Vinderman
(Argentina, 1944)
Bulgaria




"We are such stuff as dreams are made of/

And our little life is rounded with a sleep."
"Estamos hechos de la misma sustancia de los sueños/
Y nuestra pequeña vida está cercada por un sueño."
W. Shakespeare

Varna. Geog. Ciudad de Bulgaria, cap. del distrito de su nombre, en la costa del mar Negro. Escala de las líneas de navegación que se dirigen a Odessa, Constanza y Estambul. Centro industrial. Universidad. Emplazada en la antigua ciudad griega de Odesos.

Si el infierno fuera un color
ése sería el color de la piel de mi padre esta mañana.
Carver agregaría huevos revueltos en la sartén,
una hornalla carcomida, palabras pesadas como piedras,
piedras del color resinoso del suburbio.
Un perro amarillo olfatearía los restos,
y la enfermedad y el espionaje.
Pero no puede haber perros en el departamento de mi padre.
Hay un vaso irrompible de té a medio tomar
atrapando el sol
entre el reloj pulsera y una estación de tren
que emerge de la llanura más próspera de la tierra.
-Anoche soñé-quiero decirle-que sacaba un
pasaje para Bulgaria.
Pero es difícil hablar de sueños a un hombre como mi padre.
Ni sueños ni palabras. Escasas acciones (como
luces de linterna), salvatajes prolijos de rincón.
No entiende de plasticidad, no entiende de confianza,
él sabe de los bordes del mundo y de sus héroes
pero reduce su lírica a cenizas
y las guarda en su valija de cartón.
Aquellas estaciones de tren deciden su escenario,
el único que acepta
(por poco tiempo y esa es su tragedia:
el exilio, el no volver.)
Se diría que siempre lo espera
una partida de cartas sobre una mesa improvisada
con durmientes. El jefe de estación, el boticario,
el comisario del pueblo, a veces nadie.
A veces juega contra nadie, mi padre, en un vacío
que domina.
Un pacto de silencio con el destino.
Ni sueños ni palabras.
Ha roto con paciencia infinita, a lo largo de los años,
todas mis cartas
y conservó los alambres, cortaplumas, sacacorchos,
una agujereadora anaranjada y un cuadro
donde el mar está pintado con tan poca fe
que no sabe si quedarse cuando llegue la noche.
Ni sueños ni palabras.
Aprieta mi mano sin fuerza,
sus dedos se mueven buscando una oportunidad,
no una certeza:
mi presencia imposible en un muelle, una bodega,
con un perro de otro que husmea un viento de río
frente a un horizonte incendiado.
-Anoche soñé que sacaba un pasaje para Bulgaria-
quiero decirle.
Llego a una ciudad amplia y resuelta, apoyada en un
mar interior (un mar de manual, con muchos barcos enhiestos.)
Inexplicablemente la ciudad está callada
y resuenan mis pasos sobre las calles.
Universidad, dice un cartel,
y otro me envía a las ruinas de un templo griego
que instala la armonía en mi ceguera.
Feliz y salvaje por haber escapado,
devoro una salchicha contra el portón de hierro
de una fábrica.
No me despertaré, me digo, no sabré nunca
que no estoy tan lejos como pensaba,
no me dolerá odiarte: como cien cuchillos,
como mil inviernos, como el anillo que estrecha
mi nombre y el tuyo,
como el lustre opaco que le dimos al encierro,
esta ausencia trabajada, padre, del color de tu piel.

De su libro Bulgaria  (1998)



Grandes Obras de

EToro de Barro
Carlos Morales, "Un rostro en el jardín", Col. Cuadernos del Mediterráneo, El Toro de Barro, Tarancón de Cuenca 2000
Carlos Morales, "Un rostro en el jardín"
Col. Cuadernos del Mediterráneo.
Ed. El Toro de Barro, Tarancón de Cuenca 2000.
edicioneseltorodebarro@yahoo.es
  





















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