domingo, 1 de mayo de 2016

«Mares (4)», de Saint-John Perse




Saint–John Perse
 (Francia, 1887 – 1975)
Mares
 Traducción de Jorge Zalamea Borda


IV
     
Quejas de mujer sobre la arena, jadear de mujer en la noche
no son sino arrullo de tempestad en fuga sobre las aguas.
Torcaz de huracán y acantilado, y corazón que rompe sobre las arenas,
¡cuánto mar hay aún en la dicha llorosa de la Amante!...
Tú, el Opresor y que nos pisoteas, como nidadas
de codornices y corrientes de alas migratorias,
¿nos dirás quién nos congrega?

     Mar a mi voz mezclado y mar en mi siempre mezclado, amor,
amor que grita sobre los rompientes y los corales,
¿dejarás medida y gracia en el cuerpo de mujer demasiado amante?...
Queja de mujer y estrujada, queja de mujer y no herida...
¡dilata, oh Patrón, mi suplicio; prolonga, oh Patrón, mi delicia:
¿Qué tierna bestia arponada fue, más amante, castigada?

     Mujer soy y mortal, en toda carne donde no está el Amante.
Para nosotras el duro tiro en marcha sobre las aguas.
¡Que nos pisotee con el casco, y nos hiera con el espolón,
y con el timón tachonado de bronce nos golpee!. ..
Y la Amante tiene al Amante como un pueblo de gañanes,
y el Amante tiene a la Amante como una reyerta de astros.
Y mi cuerpo se abre sin decencia al Garañón del rito
como la mar misma en la embestida del rayo.(...)


V

A tu lado arrumbada, como el remo a fondo de barca;
a tu lado adujada, como la vela con la verga, al pie del mástil anudada...
Un millón de burbujas más que dichosas, en la estela y so la quilla.
Y la mar misma, nuestro sueño, como una sola y vasta umbela...
Y su millón de cabezuelas, de flásculos en vías de diseminación...

     ¡Supervivencia, oh prudencia! Frescura de tormenta y que se aleja,
párpados macerados, del azul de tormenta... Abre la palma de tu mano,
dicha de ser... ¿Y quién, pues, estaba ahí, que no es más que favor?
Un paso se aleja en mí que no es de mortal.
Viajeros a lo lejos viajan que no hemos interpelado.
Tended la tienda impregnada de oro, oh pura umbría de trasvida...

Y la grande ala silenciosa que tan largo tiempo
fue tal, a nuestra popa, orienta todavía en el sueño,
orienta todavía sobre las aguas,
nuestros cuerpos que tanto se han amado,
nuestros corazones que tanto se han conmovido...
A lo lejos la carrera de una última ola,
alzando más alta la ofrenda de su freno...
Te amo -estás aquí- y toda la inmensa dicha de ser
que fue aquí consumada. (...)

VI


Un poco antes de la aurora y las cuchillas del día,
cuando el rocío de mar enluce los mármoles y los bronces,
y el ladrido lejano de los campos hace deshojarse a las rosas en la ciudad,
yo te vi, velabas, y fingí el sueño.

     ¿Quién, pues, en ti se aliena siempre con el día?
Y tu mansión, ¿dónde, pues, está?...
¿Te irás mañana sin mí por la mar extranjera?
¿Quién, pues, tu huésped, lejos de mí?
¿O qué Piloto silencioso sube solo a tu bordo,
de ese lado de mar que no se aborda?

     Tú, a quien he visto crecer allende mi cadera,
como inclinado sobre el borde de los acantilados,
no conoces, no has visto, tu faz de águila peregrina.
¿El pájaro tallado en tu rostro horadará la máscara del amante?

¿Quién eres, pues, Patrón nuevo?
¿Hacia qué tendido, en que no tengo parte?
y ¿sobre qué borde del alma irguiéndote,
como príncipe bárbaro sobre su montón de arreos?;
¿o como ese otro, entre las mujeres, husmeando la acidez de las armas?

¿Cómo amar, con amor de mujer -amando, a aquel
por quien nadie puede nada? ¿Y de amor qué sabe él? (...)

VI
 Llegado el invierno, la mar de caza, la noche remonta los estuarios,
y los veleros votivos se acunan en las bóvedas de los santuarios.
Los jinetes del Este han aparecido sobre sus caballos color de pelo de lobo.
Las carretas cargadas de hierbas amargas se empinan sobre las tierras.
Y los bajeles en seco son visitados por pequeñas nutrias ribereñas.
Los extranjeros ve nidos de mar serán sometidos a censo.

     Amiga, he visto tus ojos rayados de mar, como los ojos de la Egipcia.
Y las barcas de placer son traídas bajo tos pórticos,
por las alamedas bordeadas de caracolas, de bocinas;
y las terrazas desunidas son invadidas
por una población tardía de pequeños lirios de las arenas.
La tormenta anuda sus trajes negros y cielo caza anclado.
Las altas mansiones sobre los cabos son apuntaladas con tablones.
Se entran las jaulas de pájaros enanos.

     Llegado el invierno, la mar a lo lejos, la tierra nos muestra sus rótulas.
Se queman la pez y la brea en los peroles de hierro colado.
Es tiempo, ¡oh Ciudades! de blasonar con una nave las puertas de Cibeles
y es también venido el tiempo de celebrar el hierro sobre el yunque bigornia.
La mar está en el cielo de los hombres y en la migración de los techos. (...)

De su libro
Mares 


Grandes Obras de 
El Toro de Barro 
Julio E. Miranda
El libro tonto
Colección Mayor de Poesía
Ediciones El Toro de Barro
Carboneras del Guadazaón, Cuenca 1968
ISBN: M-16925
 Carlos Morales, "Salmo”, Col. «Cuadernos del Mediterráneo», Ed. El Toro de Barro, Tarancón de Cuenca, 2005.




 



















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