Efraín Bartolomé
(1950)
Volver al paraíso
Tierra y
cielo
Hay
tantas incisiones, tantas marcas, tantos tatuajes sobre la piel de un poeta
niño. La primera maravilla descubierta al andar por el monte, el viento
ardiendo entre los ocotales y el temor que genera: la casi irresistible
tentación por huir y, al mismo tiempo, la tentación de quedarse escuchando
porque uno sabe que ahí hay algo que nos une con algo más oscuro, o más hondo,
o más alto. Esa especie de vago horror sagrado. Eso y la incapacidad de
nombrarlo con exactitud. La noción de que el primer temblor ante lo femenino a
esas edades, no tiene palabras para ser nombrado. Con lo femenino quiero decir el Agua, la Tierra, la Montaña, la Noche,
la Mujer, el Alma. Y con esas edades
quiero decir menos de nueve años. De esa desazón, de ese desasosiego ante el
misterio nace, creo yo, la tensión que nos lleva después a tratar de invocar
con palabras el misterio sagrado. Este intento es la Poesía.
Nací en
Ocosingo, un pequeño poblado a la entrada de lo que fue la gran Selva
Lacandona, cuando aún era merecedora de su nombre; un pequeño poblado sin luz
eléctrica, sin televisión, sin carretera, sin automóviles, donde la radio comenzaba
a llegar y era un lujo tener un aparato receptor. En lugar de esas monedas de
cobre teníamos el oro real: el privilegio de vivir en el Edén, en el
Paraíso, en Galaad, con todas las muestras del avasallante poder generador de
la Gran Madre: rodeados, acosados, abrumados por una vegetación lujuriosa y
lujuriante; y agua y agua y agua por todas partes: manantiales, arroyuelos,
arroyos, ríos, pozas, charcos, pantanos, atascaderos: agua viva y agua muerta.
Pero siempre agua dulce. Y sol. Y viento. Y lluvia. Y nubarrones. Y rayos. Y
tormenta. Y ventisca. Y norte. Y Luna. Y cerros imponentes. Y fuego sobre esos
cerros en la espesa negrura de la noche, en los meses en que se preparaba la
tierra para siembra. Dios o el diablo ensayando su rabiosa caligrafía fosforescente
bajo el esplendor violento de la noche magnífica.
Esa
convivencia cotidiana con los elementos debió, seguramente, producir
incisiones, estigmas y cicatrices en el alma del futuro poeta. Eso y también el
temblor ante lo femenino humano, el quinto elemento: el misterio encarnado en la belleza de ciertas mujeres (niñas,
adolescentes, hembras en plenitud). La clara percepción de su dulce misterio.
En su presencia mis emociones se agudizaban y me llevaban del deslumbramiento a
la parálisis. Todo eso, creo, produjo la vida interior que nutre mi
sensibilidad. Así comencé a interrogar los misterios. Creo que así descubrí la
poesía: por el lado luminoso del mundo. Tal vez por eso escribí en estos
últimos años un poema como:
Tierra y
cielo
Y las
aguas de Arriba amaron a las de Abajo
y eran las aguas de Abajo femeninas
y las de arriba masculinas...
¿Has
oído, amada?
Tú eres
la Tierra y yo soy el Cielo
Tú eres
el lecho de los ríos y el asiento del mar
y el
continente de las aguas dulcesy el origen de las plantas y de los tiernos o duros o feroces animales
de pluma o pelo o sin pluma ni pelo
Yo soy la lluvia que te fertiliza
En ti se cuecen las flores y los frutos
y en mi el poder de fecundar
¿Has oído, amada?
Nuestro lecho es el Universo que nos contiene
¿Has oído bien?
Tú eres la Tierra y yo soy el Cielo
Y mi amor se derrama sobre ti como la lluvia
o como una cascada que cae del sol
rompiendo entre nubes como entre peñascos
y entre los colores del arco iris y entre las alas de los ángeles
como entre las ramas espesas de una vegetación inverosímil
Tú eres la Tierra y yo soy el Cielo
¿No lo escuchas?
Y aunque digas que sí
tal parece que no porque ahora, Tierra,
cabalgas sobre mí (en el lecho que es el Universo)
y eres tú el Cielo y tu amor se derrama sobre el mío
como una lluvia fina
Y yo era la Tierra hasta hace unos instantes pero ya no lo sé
porque hemos girado y descansamos sobre nuestro costado
y los dos somos Tierra durante unos minutos deleitosos
Y ahora estoy de pie con los pies en la tierra y los ojos en el cielo
y tú no eres ni Tierra ni Cielo porque te hago girar
con los muslos unidos ferozmente a mi cintura
y eres el ecuador o yo soy el planeta Saturno
y tú eres los anillos que aprendimos en la escuela
y giras
Y ahora somos Cielo los dos y volamos
elevándonos más allá del Universo
Y en lo más alto del vuelo algo estalla en nosotros y caemos
vencidos por la fuerza de nuestro propio ecuador que se ha quebrado
Pero seguimos siendo Cielo aunque yazgamos en tierra
Derrumbados en tierra pero Cielo
Tierra revuelta y dulce pero Cielo
Cielo vencido cielo revolcado pero Tierra
Pero Cielo.
Grandes Obras de
El Toro de Barro
Salomón, "El Cantar de los Cantares”
Versión de Carlos Morales
Col. «Cuadernos del Mediterráneo»
Ed. El Toro de Barro,
Tarancón de Cuenca, 2003.
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Efraín, muchas gracias por colores y palabras juntas; la respiración contenida ante la belleza en el mundo de niños y donde siempre, ya grandes, queremos habitar/regresar.
ResponderEliminary reencontrar hermano siempre estuvieron, aunque no conocemos
Renata