martes, 27 de agosto de 2013

"Pequeña oda al estropajo", de Carlos de la Rica



Pequeña oda al estropajo





En busca del jabón y de la arena,
el estropajo va arrullando al agua,
destellando baldosas, fregando los pucheros,
y los deja brillante y relimpios,
cual si la luna en ellos las noches se pasara.

Dios sonríe mirando al ternísimo estropajo,
cuando, cordiales, las manos de mi madre
con él se juntan, rumiándole los filos al cuchillo,
a la sartén diciéndole altísimos conceptos,
acariciando puertas con músicas de esparto,
 y tal vez llenando de sudor los vidrios.

A Dios le agrada besar la frente al estropajo;
de pasmos las órbitas redondearle, avanzando a la ventana;
saludar sus sospechas con labios divertidos,
contestar al posible naufragio, ignorar sus pecados,
y Padre ser, y mucho, y gusta de hacernos llevaderas las sandalias.

Es estropajo es moneda diminuta con que se compra
aire, los minutos, los insectos o las hojas.
Las mismas manos que lo tocan
Repasarán después sus tres rosarios,
limpiarán el polvo de las sillas
y harán cantando aquella cama.

Y Dios se goza, ama al lánguido estropajo,
pues su hamaca es, y es su almohada,
por donde dedos cantan como pájaros
y la arena se supone encariñada
con el mate vago olor de los pucheros.

Hay algo que emociona con polvillo de azúcar
cuando escurren los platos cándidos en la pila,
luego que cuecen demasiado los garbanzos, y el soplillo,
dulcemente, las ascuas apagadas encandila;
y es que se enreda el estropajo con mi madre,
y a Dios le ruega, rezando desde abajo,
que santa sea, y sonría en el espejo,
pues tocando está el piano y nadie escucha.




Publicado en la revista
 Deucalión, 
Nº 1, junio de 1953.
De su libro



Otros poemas de Carlos de la Rica


 Grandes Obras de 
El Toro de Barro
Shamer Khair, en Carlos Morales COEXISTENCIA, Antología de la poesía israelí -árabe y hebrea- contemporánea.
2ª Edición.

PVP 10 euros

edicioneseltorodebarro@yahoo.es

En todo lugar
hay un precipicio para los valientes
y una sombra para los exhaustos
y un manantial volcando su frialdad.
En todo amanecer
hay rocío para los temblorosos
y luz para los amantes
y frías piedras y salvajes pastos.
En todo anochecer
hay sosiego para los tempestuosos
y liviandad para los solitarios
y una roca para los que yacen al final del camino.

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