Los girasoles
Todo es frío en el entorno del jardín,
frío
amarillo que sube de la tierra,
frío
azul que cae de entre las nubes,
frío
rojo que viene de los coágulos de la sangre.
Los
girasoles han temblado de tanto silencio
y
han abierto sus ojos gigantes
cuando
el alba repleta de niebla
ha
conducido a unos hombres a la muerte.
Ahora
buscan en vano la piedad del aire
para
borrar del todo el eco del fusilamiento...
La
mañana será larga porque el sol se esconde
y
el frío fija la angustia de la inmovilidad.
El
resabio del crimen se alza del bosque vecino
y
vibran las alambradas como un nervio herido
hasta
donde el aire se reblandece y huye.
Y
los girasoles tiemblan todavía más
ahora
que el camino se hiela a la sombra de los muertos.
¿Quién
ha convertido el mundo en un cascarón vacío?
¿Por
qué el espacio está ausente sobre las losas grises?
No
hay nadie para llorar.
No
hay nadie para odiar.
¡Unos
hombres han sido asesinados!
En
el resplandor de la carne sacrificada
los
girasoles han reencontrado la fuerza
para
girar lentamente sobre sus tallos.
Los
ojos gigantes miran, lloran, odian...
K. L. Mauthausen, 1944
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© Del poema, herederos
de Joaquín Amat-Piniella
© De la traducción, Carlos Morales
En caso de reproducción,
rogamos se cite la autoría.
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