jueves, 23 de agosto de 2012

Rosa Lentini, Cuaderno de Egipto



 (Antología imposible de la poesía catalana contemporánea)








Cuaderno de Egipto




¿Dime amor, qué te ha susurrado la arena,
con sus mil palabras monótonas?
¿Te ha hablado de los templos, de la esfinge,
de las pirámides,
de sus grandes ancestros que dejaron de existir?
¿Qué mas te ha susurrado amor,
al enterrarte como reza la vieja canción?


Ismael Kadare




Isla Elefantina


Desde orillas de la isla plantas con flores blancas beben sobre el Nilo. A su lado, árboles con puntos blancos en las copas colmadas. Un ruido cruza el aire. De los sauces y las acacias salen las flores en bandada, y por unos instantes las ramas quedas desnudas y monócromas. Tu ojo registrará durante años esta ausencia suspendida. Tras un breve vuelo de reconocimiento, las aves regresan a su posición sobre la exacta rama del mismo árbol, ahora bullicio estático de vida.







Las barcas del Nilo
 

En diminutas barcas, usando los brazos como remos, se acercan niños a las falucas a cantar las canciones de moda que creen que los turistas desean oír. A unos ojos enterrados en una piel aceituna le pedimos una canción egipcia. Los ojos se iluminan mientras surge del delgado pecho del pequeño la tonada más dulce, y toda otra melodía deja de oírse a lo largo del río. Y aunque sorprendido no entiende por qué recibirá una recompensa a cambio de ese placer tan privado, por unos instantes sus ojos son más blancos en su piel oscura y su sonrisa cruza el amplio Nilo de una orilla a otra.






La faluca


Mientras la faluca se desliza, nuestro guía Mahmut cuenta las hazañas del faraón Ramsés -siempre el gran Ramsés II-, habla de los dioses Ra y Osiris, de sus hijos Set y Horus, y a su lado el joven barquero nos observa. Siglos de acontecimientos aparecen de nuevo bajo el toldo tórrido de esta barca, donde todos somos mecidos por las palabras inspiradas, melódicas y lentas del último descendiente copto del antiguo Egipto.
"Si lo que ya se ha vivido se escribe, se hace historia -dice-, se consigue hacerlo suceder dos veces"




Valle de las Reinas
 

En medio del valle, el templo de la primera faraón, Hatshepsut, el Edén, rescatado de la arena y coronado de montañas, en el oleaje de siglos del cielo. La historia: sus reinos desaparecidos tras diez y siete años de mandato, y el odio que coronó su contrato de la vida y escribió otro nombre en el cartucho. Sin embargo, blanca de sal fue la efigie del sucesor, tan enorme como necesaria para su pueblo, donde sólo la revancha despertó el deseo de superar a su antecesora. Pero si el negro limo del lago del templo dedicado a Hathor no llegó a guarecer la tierra fértil, del viento del desierto que con los siglos la secó, sí apagó la sed de debajo de la roca. Limo filtrado hasta la piel amiga, curtida y reseca de Nonufre y MeritreHatshepsut, sus hijas, quienes, como ella, esperan ser desenterradas. Su historia poco a poco hacia la luz, aflorando, algún lejano día.

 

Abu Simbel

En el interior de la montaña de arena, y tras subir los escalones de la escalera de metal, se obtiene una visión de la gran cúpula sobre el contorno posterior del templo.
Afuera, agobiado por el calor del mediodía, el corazón empezó a latirme con una nueva y descompensada fuerza.
Ya en la sombra, cuento el bombeo de la sangre y observo la inmensa ingeniería que soporta la montaña y guarda el templo de Ramsés.
Estamos dentro del bosque de cemento que dejó que los muertos regresaran, y caminamos sobre sus hombros, vivimos sobre sus voces en el interior de este tronar mudo.
Una masa violenta de hormigón nos aísla y salvaguarda la piedra caliza y el derrumbe de las rocas. Protege incluso esta vena mía que se dilata y se acerca a la arena de allá abajo,
a los túmulos de granos que silencian sobre la boca las palabras que vuelven: "ausencia de rizos de agua", "sal", "frescor de sombra".
Si a lo invisible lo sepulta lo visible, el arte es un poema, cúpula y centro de otro poema del que se sostiene sólo los bordes.


 


El mercado de El Cairo

El gran poeta de Alejandría sobresale en el alto Egipto antiguo. Pero en El Cairo y en el Egipto moderno el gran personaje es -y por la abundancia su obra y sus diferentes registros ahora nos parece que siempre lo fue-, Naguib Mahfuz. El autor de "El callejón de los milagros" vive en las calles angostas del mercado de la capital, se contornea en el humo de los narguiles que se fuman en las mesas de los cafés al aire libre, o penetra en las ventanas a medio abrir y habitadas de las casas, pero también pervive en el diferente Akhenatón, cuya figura se considera tanto en la historia real como en las hipótesis que la historia antigua inventa, como la de un semidios hereje. Mahfuz, que ha escrito sobre el afeminado faraón esposo de Nefertiti, sabe que pequeñas y grandes cosas se confabulan para formar una corriente que desborda a los hombres, pero a la que un hombre solo, un escriba como él, antepone una visión revisora del pasado, herética para la gran mayoría. Y aunque la corriente del Nilo lleve necesariamente al delta, envolviendo las voces en el oleaje que una primera ola arrastra fuera de Egipto, las palabras que se pronuncian seguirán su viaje en el sueño de las ventanas semicerradas, de los estrechos callejones umbrosos del mercadillo de El Cairo.

 



La llave del mundo



Del antiguo Egipto destaca su geografía egocéntrica. El dibujo del mundo en forma de triángulo con una punta hacia abajo reunía las dos partes del país, la alta y la baja. Una línea en el centro lo partía en dos. La figura obtenida de esta representación era la llave de la vida, la llave de toda existencia. En términos generales el norte era rico y el sur bastante más pobre. Las grandes capitales como Memphis, Tebas o Alejandría florecían en la frontera al borde del Nilo o en el delta cerca del mar.
Egipto tendía a las estrellas o se abismaba en la arena.
Como una llave de la vida inmensa hecha de plomo dorado se abren hoy los dos templos a Abu Simbel o el de Luxor, en la antigua Tebas, con sus columnas, obeliscos, estatuas de dioses y la gran avenida incompleta de tres kilómetros de esfinges que unían antiguamente esta última construcción a la de Karnak.
Al volver al barco después de la visita a Luxor, un grupo de chiquillos que saludaba a los turistas, en la avenida que desciende hasta llegar al florido puerto, hizo un corro a nuestro alrededor. La niña más pequeña, con una cara hermosa como el rostro del mundo despertando, se acercó a mi falda. De Egipto me llevé el recuerdo de esas mejillas iluminadas, en donde fui a buscar el vuelo increíble de los pompones rojos que florecen en las acacias, y encontré el fruto de la semilla que planté como un beso, e hice crecer, como llave de vida, en el blanco de los dientes de una sonrisa.

 



El poeta de Alejandría

Un poema ocre como un atardecer de playa en la costa del delta bordea el mediterráneo. Poema quemado por el sol del mediodía y del norte. Poema que huele a yodo y a salina. Un blanco entre versos acerca el dedo sobre los labios del poeta de Alejandría. Él se tragó las sílabas finales de todas las estrofas. Las lanzó a la hora en que el reflujo de la marea las hunde en lo profundo de la arena, en el fondo de la melodía de las olas. Algún día, estas mismas dunas marinas formarán la única presencia sobre el suelo de Egipto. Y entonces, erosionados por el paso del tiempo cuya acción combinada de sal y agua pulió sus cantos, los finales de estrofa volverán a nacer naturalmente. Romos, se encaminan a su muerte natural, como estos gramos de sueño en los que apoyamos la cabeza sobre estas playas, estas tempestades rojizas en el sueño. Buenas noches arena, sin un poeta que termine tu canción.



La cancíon del río y de la arena


He visto lo que ha hecho la vanidad de los hombres con la tierra y la roca. Alguien sueña con un pasado muy antiguo. Bajo los grandes artesonados del templo de Karnak, alguien cuenta lo que no es dado a ninguno: los pasillos de relieves, las cabezas grises colgando en la sombra, el encuentro de las barcas de los dioses en el centro del Nilo un día de fiesta, mientras la tarde dora los parterres.
Nadie en este recuento de pasos.
La canción que nace de la arena que canta el río, del viento que levanta la arena y la entierra, acaba aquí.
Con algunos nombres adivinados la puerta de Egipto se abre.
El sueño que el universo sueña coloca lentamente nuestra silueta sobre estos contornos milenarios, espirales de la sombra.





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© El poema, de Rosa Lentini
© El libro, de Ed. El Toro de Barro.
En caso de reproducción, rogamos se cite la autoría.


































9 comentarios:

  1. Vine a releerlos ahora que sé un poco más de esa historia de amor!

    Besos!

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  2. Son selecciones brillantes pero que requieren cierto tiempo de lectura para poder apreciarlas en toda su manigtud. Me permitirías una sugerencia? Quizás deberías dar una cierta pausa entre una publicación y otra, así mayor cantidad de lectores pueden seguirte. Desde ya te pido disculpas por entrometerme. Abrazos.

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  3. he pasado por aquí y gracias por dejar mirar estos poemas

    Saludos

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  4. Tu colección poética es tan amplia y diversificada, que para esto, estarás en mi blog si no te molesta,
    para leer las nuevas novedades
    tanto yo como otros.

    De mi parte nesecitaré un largo rato hasta cubrir toda tu paleta literaria.

    Saludos

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  5. realmente es la primera vez que piso esta tierra tuya de poesía.
    me quedo maravillada...
    y corro el riesgo que me entierre la arena...

    un beso

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  6. Hay poetas que lo que hacen es pintar cuadros...Es, simplemente, maravilloso este poema.


    Lucas de Castro.
    Madrid

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  7. Realmente, emocionan estas estampas egipcias. No conocía a Rosa Lentini, la verdad. Y creo que me he perdido mucho. Al leerla, me pregunto qué hace la crítica literaria...

    Ana Madero
    (Madrid)

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  8. Que bueno esta tu blog!
    Excelente!
    Hay que sentarse un buen momento para abarcar todos tus blogs.
    Eres un icono a seguir con lo que amas la literatura.Gracias por este aporte cultural historico.
    Le invito a mi blog y seguiremos visitandole.

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