Andrey Zadorin |
Carlos Morales
(España, 1959)
El pacto
(18
de marzo de 1989 – 5 de enero de 1996)
Al
abuelo Amós,
y a
Antonio Porpetta
Recuerdo el farol que el
abuelo llevaba
en la mano, la luz que en la
mano
llevaba cosida el abuelo,
los dedos de la luz
adentrándose
lejos, hurgando en la noche
con sus lanzas de oro.
También recuerdo el olor del
frío,
el terror que sentía a su
mano pegado,
las sombras moviéndose, a mi
lado
las dos como juncos que
huyeran
de la luz, a través de la
luz, y esos perros
que en lo oscuro, terribles,
me rozaban.
Y ese aroma semejante al
cuchillo
que dejan cuando pasan los
corderos
en medio de las sombras, y
esas puertas
cerradas, las ventanas
durmientes
de los muros, y el silbo de
los árboles,
y el viento que gruñe con sus
labios
helados, abriéndose paso
por los callejones negros,
y esa forma tan extraña que
los buhos
tienen de cantar a Dios
cuando Dios duerme tan a
gusto en sus campanas.
Recuerdo también la puerta de
madera
que chillaba, la puerta que
era puerta
sólo por piedad; había que
levantarla
-como todo en la vida- para
que abriera
sus fauces, para que nos
dejara entrar
donde el silencio, donde sólo
el rumor
tronchado de la paja bajo el
peso
de las sombras que flotaban,
la sombra
de un niño, la sombra de un
viejo con luz
que se movía con un niño al
fondo
que me estaba mirando.
Y allí estaba ella, de pie,
hinchada como un barco
de esclavos, como un barco
con patas
oculto en las umbrías de una
rada sin nadie.
Apoyada en el pesebre la
oveja estaba,
la oveja que tenía una oveja
dentro, la oveja que tenía
un balido dentro y yo no lo
sabía. El abuelo
entonces quitóse la pelliz,
la camisa quitóse,
y el brazo metió en la popa
del barco,
y su proa con forma de boca
gimió
como grita el dolor, como
gritan las rosas,
y una cosa salió que,
flácida, brillaba,
y en mis manos puso la cosa
el abuelo,
y la cosa baló, y su boca
tembló, y la cosa movió
sus delgadas patitas en mis
brazos viviendo,
y entonces mano de niño
amontonó la paja,
cama hizo, y en ella durmió
con el cordero salvo,
y el abuelo mirando se quedó,
el abuelo reía
con su luz en la mano, junto
al barco vencido,
con un niño al fondo, un niño
con flauta
asomado a sus ojos que dentro
le cantaba
para no morir de asombro ni
de tanta ternura.
La historia de un pacto.
La historia de mi pacto
secreto con la vida.
De su libro
El libro del Santo Lapicero
Prº Juan Alcaide de Poesía
Valdepeñas, 1999
Grandes Obras de
El Toro de Barro
Carlos Morales, "Coexistencia (Antología de poesía israelí –árabe y hebrea– contemporánea” Ed. El Toro de Barro, Carlos Morales ed. Tarancón de Cuenca, 2002. edicioneseltorodebarro@yahoo.esPVP 10 euros. |
Muchas gracias, gran poeta. Siento auténtica debilidad por este poema, que hace tiempo incorporé a mi seminario "Hablemos de Poesía". Públicos de España, Guatemala, Santo Domingo, San Salvador, Belgrado, Los Ángeles, Nueva York...lo han escuchado leído por mí, y siempre se han emocionado con él. Tu dedicatoria me ha hecho feliz.
ResponderEliminarUn gran abrazo.
Poema inmenso con esa inmensa carga de las imágenes de la infancia, de esas imágenes que se van sobreponiendo a otras, en poderoso flashback. Remiendos luminosos de la vida que jamás nos abandonan, estoy convencida que nos acompañan aún cuando la memoria ha huido.
ResponderEliminarUn placer pasar, leer.
ResponderEliminarSaludos.
José A. Pamies
Leyendo este poema descubro cual es el secreto de nuestra empatía, descubro que aquello que nos hermana es nuestro origen. Esa cuna de paja que alumbra y dirige la mirada sobre todas las cosas y que la urbe no puede -nunca ha podido- trastornar. No me extraña lo que cuenta Antonio Porpetta que ocurre con este poema, porque lleva el don de la veracidad.
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