miércoles, 16 de noviembre de 2011

«Hemicránea», de Claudia Hernández del Valle Arizpe




Claudia Hernández
del Valle Arizpe
(1963)

Hemicránea 

I

Vieja y alta, espigada torre es la culpa
donde la ventana del domingo es la más terrible.
Con los ojos sobre una fuente que desmenuzas
ni la orquesta te tranquiliza.
Tu cabeza sigue allí y quiere que ardan
los bejucos de la casa materna.
¿Cuánto vale el cuadro que compraste?
¿Para qué sirve un aumento en la fábrica?
Los domingos en la calle no son peores
que los domingos en tu casa.
Oyes el trajín de las mujeres en la azotea;
puedes mirar la suela de madera de sus zapatos
mientras tienden la ropa. Es blanca toda,
blanca la voz de los niños que juegan
en el piso de arriba, sobre alfombras tan rojas
como el vino tinto que te prohibieron.
Blanco es, también, el dolor que parte tu cabeza.

Tapones de cera dorada contra el ruidoso
pecho del ascensor. Tapones de cera
para no escuchar el martilleo de tu corazón.

 

I

Se deshoja cada libro que leo. Lo rompen mis ojos.
Ayer la perra se comió Noche y día.
Una mañana para tres páginas, la tarde en blanco
y  luego el deseo de oscuridad en mi cabeza.
Marismas afuera y olmos al pie de la ventana
configuran las primeras sombras del dolor.
Digo taza y musculatura. Digo salmón, sangre, anzuelo.
Pienso un  bombardeo sobre las tejas
mientras la lluvia cae sobre el cemento
en su diario oficio de olvidar.
Mis manos tienen la estatura del cuerpo
y alargan sus raíces como las venas de la fronda.
En otoño desciende a mi cama su follaje
y logro pensar en la noche;
bastan cuatro punzadas en las sienes.
Bajo el hierro de un yelmo y de su frío,
las voces son eco y la luz ojal de ciego.
 

 

III

Sobre la tierra mojada se descomponen señales:
el temblor del agua,
las fauces del mango en mi bastón:
su marfil  traído de Africa
en un ir y venir de trenes imprecisos.

La oscuridad me devuelve el rostro de mi padre
cuando descifra los ruidos que llegan de un circo.
A mí nadie pudo retratarme bajo el tiempo
en que hablaba con los pájaros
en una lengua que no era suya ni mía.

La luz de la madrugada es como el cuerpo
de la enfermera. Me gusta tocarla con guantes.
Ninguna otra piel recubre mis dedos
al momento de hundirse en las vísceras
del pescado que desmenuzo para la cena.
En mis sienes y en la línea
que divide los hemisferios del cráneo
destilan veneno sus rosas espirales.
Podar con ungüento la carne, como se podan
las palabras en el arbusto del lenguaje.
 

Y sin embargo no hay remedio.
A su paso no queda rumor de las abejas
o de otras joyas en la tinta del corazón.
(Ninguna huella de aquel cúmulo de rosas).
Y así como no hay espejo
en la boca abierta del ciego
ni piedad en la sábila llena de luz,
cuando ella aparece
cierran sus ojos los árboles
y el viento decapita sus frondas.
 
 

De su libro
Hemicránea
(1998)



Otros poemas de
 Claudia Hernéndez del Valle Arizpe

«Solo»     *     «Bruselas»
"Deshielo"     *     "Otro cuento"
 
 
Grandes Obras de 
El Toro de Barro
 Juan Ramón Mansilla, "Una habitación en rojo". Col. La Piedra que Habla. Ed. El Toro de Barro, Tarancon de Cuenca, 2011. PVP 10 euros edicioneseltorodebarro@yahoo.es
Juan Ramón Mansilla, "Una habitación en rojo".
Col. La Piedra que Habla. Ed. El Toro de Barro,
Tarancon de Cuenca, 2011.
PVP 10 euros
edicioneseltorodebarro@yahoo.es
 Juan Ramón Mansilla, "Una habitación en rojo". Col. La Piedra que Habla. Ed. El Toro de Barro, Tarancon de Cuenca, 2011. PVP 10 euros edicioneseltorodebarro@yahoo.es
 
 
 
 



 
 








 

 






 
 

 

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