El enemigo
Me tienes atado entre los tentáculos de tu poder
y
me escuece el silbido de tu látigo
sobre
las carnes secas del trabajo y el hambre.
Y
has pasado adelante, todavía,
montado
en el dragón de tu orgullo
dejando
un rastro de ceniza y de muerte.
Montes
y valles se allanan a tu paso,
se
hunden los muros y se secan los ríos,
los
vientos empujan las popas de tus barcos
y
los cielos se hienden al paso de tus aviones.
¡Como
las aves de presa cantan tu gloria!
Sin
embargo, tú te ahogas en el delirio del vano triunfo,
pues
¡nada sabes de los secretos de las tierras profundas!
¿No
ves el temblor nacer de la locura?
Tú
no sabes qué es un paso de caballos blancos
sobre
el fuego de los odios celestes;
ni
el frío de los aceros sin vaina ni cinto
sobre
la piel sudada de la angustia;
¡ni
cómo manan sangre los espejos rotos de las pasiones
que
estallan en las noches turbias de estrellas!
No
te tapes los oídos, no,
que
el terremoto crece a pesar tuyo;
¡no
cierres los ojos, no,
frente
a las olas de los océanos hirvientes!
Que
todo vendrá seguro y a su hora
hacia
tu eclipse,
hacia
la venganza de tus condenados y cautivos;
¡que
la luz romperá el grillete y la mordaza
y
el aire fresco despuntará tu aguijón venenoso...!
Me
tienes atado, pero no rendido,
no
me agacho al zumbar de tu látigo:
en
tu huida te encontraré cobarde,
ahogado
por el miedo y la vergüenza
en
la tiniebla espesa de tu crimen...
Lager Ternberg,
Día de Todos
los Santos de 1942
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© Del poema, herederos
de Joaquín Amat-Piniella
En caso de
reproducción, rogamos se cite la autoría.
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