(Del libro La invisible luz, editado por El Toro de Barro en 1981)
domingo, 29 de julio de 2007
Ángel Crespo, "La invisible luz"
(Del libro La invisible luz, editado por El Toro de Barro en 1981)
Ángel Crespo, "Junio Feliz"
sábado, 28 de julio de 2007
"Nieve", de Ángel Crespo
Nieve
Es el momento de que Dios nos hableapartando los copos lo mismo que cortinas.
Voz sin facciones, dejaría
un hueco entre nosotros y la nieve,
una gran pausa blanca
entre nuestras miradas y su voz.
Es la hora de que salgan de sus éxtasis
las diminutas almas de la hierba
que estaban ignorando la palabra.
Hora es de que saquemos
el miedo del armario
y aprovechemos bien estos instantes
para contar secretos.
Es la nieve otra vez
y todos los paisajes son hermanos:
todos de blanco con su luz a cuestas.
Abrimos la ventana
y una cortina cae, para dejar
paso a la voz que se añoraba en vano.
Es la nieve otra vez. Tras su blancura
nuestras propias palabras nos responden.
obre el atardecer camina un ciervo
viernes, 27 de julio de 2007
Poesía del Holocausto, Antonella Anedda, "Las tres estaciones"
Quien pierde tiene la espalda libre para cargar con el mundo. Ningún equipaje para arrastrar mejor el hierro y la madera de un carro, y dejar que en el dorso se amontonen el aire y la lluvia, la multiplicidad, el desorden de las cosas. No es la resignación terrena sino la fuerza dócil de Cristo que en Getsemaní responde a los soldados: sí soy yo; la pobreza de la roca, de la mortaja vacía por el peso de los pecados humanos.
Giotto vio todo esto en la Renuncia de los bienes de Asís. Francisco está desnudo pero en torno a su privación, en el ángulo recto de su cuerpo arrodillado todo pesa: las arquitecturas, el escudo del cielo, las vestiduras; todo se espesa como si la ciudad con sus cuidados, sus ganancias, su beneficio no esperaran más que su gesto.
Tal vez la santidad sea hacerse burro: ser la borrica que siente en los ijares la espina de los olivos, en la fatiga de la mañana, bajo el gran cuerpo de Dios, en el gran casco de Jerusalén.
Podemos sólo constreñir al odio a recaer en nosotros, exactamente, simplemente, como el agua del jardín que la tierra vuelve oscura y olvida. Un solo chorro. Es el misterio del miedo, hermano del pecado, el tremendo asomar de los dos, el uno puente del otro, el uno empujado por el otro. Sin embargo, existe la gracia de un punto oscuro y perfecto, la posibilidad de que el mal permanezca en nosotros hasta descomponerse, hasta morir antes de alcanzar a los demás.
No la huida, sino la espera que protege e impide al mal que nos atraviese. Nosotros estamos en la mesa del Señor, estamos de lado, todavía lejos de cualquier cruz, aunque volcada como la de Pedro. No podemos redimir sino defender. Somos el perro ligero que el Veronés pinta en la Última cena: tumbado y en vilo, su pequeño cuello golpeado y bendecido por el mantel de hilo.
No hacer el mal, no acogerlo, significa de alguna manera obligarlo a un trayecto más largo, retardarlo en una acción política que es posibilidad de dilación, lentitud que puede salvar una vida.
Es verdad, no obedecer era la diferencia que probablemente hubiera consentido: organización, huida, salvamento o rebelión. Sin embargo esto no ocurrió y no ocurrió por lo que el mal promete y puntualmente niega, por ese eterno “quizás” que oscila cosiendo la incertidumbre al horror.
Un ser humano obedece por miedo y por angustia, por incapacidad para imaginar un estado distinto a aquel en que se encuentra, y sin embargo espera sobrevivir, transformarse en alguien capaz de estar cerca de quien, por el momento, lo ha perdonado. Como quien se abstiene del mal, una vez más es el tiempo con el que se enfrenta: tiempo para quedarse, tiempo para justificarse y justificar. Un tiempo privado, sin derroche, el tiempo seco del cálculo y el escalofrío de la ilusión.
Es la inútil astucia de hacerse comer el último. Es la ilusión de toda vileza. El poder no necesita al justo sino al paria, matará al paria el último y tendrá la justificación de su odio. Deslumbrado, antes aún de cualquier amenaza, el paria ha ido hacia el odio y se ha entregado a él generosamente, velozmente.
De esta velocidad, de esta trayectoria del alma y del cuerpo, se sirve cualquier organización criminal a la que basta activar simplemente los resortes del odio y del temor.
De esta velocidad no es, absolutamente, fácil escapar. A menudo para no hacer nada, para conocer la libertad de la no participación es necesario justamente ser “santo”, saber renunciar al tiempo de la ilusión, saber distinguir en lo profundo de sí mismo la pálida diferencia que pasa entre una atmósfera de terror y el choque inmediato del terror.
La lentitud necesita un coro de inteligencias, la resistencia precisa de luz, la capacidad de espera se da a los hombres, raramente, como un don.
Porque es verdad; el bien es profundo, pero el bien es frágil. A diferencia del mal se esfuma lentamente entre los siglos, a diferencia del mal tiene nostalgia también de una sola criatura.
"Música"
Poesía del Holocausto: "Las tres estaciones"
PVP 10 euros
edicioneseltorodebarro@yahoo.es
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miércoles, 25 de julio de 2007
El Cantar de los Cantares, de Salomón -Versión de Carlos Morales-
Primer acto
La novia
Bésame con besos de tu boca,
pues mejores son que el vino tus amores,
el olor de tu perfume, el aroma
de tu nombre que despacio me penetra,
y por eso las vírgenes se inclinan a tu paso!
¡Llévame hacia ti, rey mío, corramos,
invítame a tu alcoba, disfrútame y gocemos
y déjame que alabe el vino de tu amor,
al hombre entre los hombres más amado!
Muchachas de Jerusalén: yo soy morena,
pero hermosa como hermosas son las tiendas
de Quedar y las lonas de Salma.
Mis hermanos conmigo se enfadaron
pues las viñas quisieron que guardara,
y mi viña no supe guardar...
y el sol me ha quemado con sus dedos...
Amor de mi alma, dime dónde amansas
tu rebaño, dónde al medio día –dime–
sestean tus ovejas, para que no ande así, perdida,
tras los rebaños de tus compañeros.
El coro
Si no lo sabes tú, hermosa entre las mujeres,
sigue las huellas de su rebaño,
lleva tú a pastar tus cabras primerizas
junto al jacal donde su cuerpo reposan los pastores.
El novio
Amor mío, pienso en ti como en esa hermosa yegua
que tira del carro del faraón,
¡ay, cómo brilla tu rostro entre las zarzas
y ese cuello tuyo creciendo entre collares!
en oro mis manos tallarán zarzillos luminosos
con engastes y cuentas de plata, sólo para ti.
Mientras el rey descansa en su diván,
mi nardo exhala su cálida fragancia:
ved al hombre que duerme entre mis senos
como una bolsita de mirra, como un racimo
dulcísimo de alheña en las viñas de Engadí.
El novio
¡Bella eres, amor mío, bandadas de palomas
son tus ojos, azucena entre cardos
eres tú entre todas las mujeres!
La novia
Qué hermoso eres, amor mío, en este lecho nuestro
hecho de fronda,
delicia pura, y yo en tus manos soy un narciso de Sarón,
una azucena perdida en tus frondosos valles,
bajo las vigas de cedro que cubren nuestra casa,
y los artesonados tallados en espalda de ciprés.
Como manzano entre árboles silvestres
es mi amado entre los hombres:
yo deseo sentarme al amparo de su sombra
y endulzarme la boca con su fruta.
Mi amado me ha metido en su bodega
y despliega ante mí su bandera de amor.
Sobre su izquierda descanso mi cabeza,
con su derecha abraza mi cintura, ay,
sí, reponedme con tortas de pasas,
empinad con manzanas mi vigor para él,
que estoy enferma de amor, de amor muriendo...
El novio
¡Ah, muchachas de Jerusalén, yo os conjuro
por las gacelas y las ciervas que en el campo corren,
que no despertéis ni desveléis a mi amor
hasta que quiera!
La novia
Es la voz de mi amado, miradlo,
vedlo llegar saltando por los montes,
como un cervatillo brincando por las lomas,
y ved que se detiene,
y ved que se oculta tras la cerca de mi casa
e inclina su cabeza sobre mi ventana
porque quiere tan sólo contemplarme por las rejas...
Habla mi amado y me dice:
El novio
Levántate, amor mío, y vente,
que el invierno ha cesado
y las lluvias se fueron
y la tierra se cubre de flores,
la estación de los cantos ha llegado ya,
escucha, amor mío, escucha
la tórtola que arrulla cubriendo nuestra tierra,
el perfume de las viñas que se ciernen,
las higueras con sus yemas despertando,
anímate, amor mío, y ven,
paloma que te ocultas en las grietas de las rocas,
déjame que advierta los perfiles de tu vuelo,
déjame que escuche la dulzura de tu voz,
el azúcar de tu voz y de tu talle.
Cazemos las raposas, las pequeñas raposas
que devastan los viñedos, nuestras viñas en flor....
La novia
Mi amado es mío y yo soy de mi amado,
del hombre que pastorea entre las azucenas.
Vuelve, amado mío, vuelve,
antes de que despierte la brisa,
antes de que las sombras huyan
vuelve, amado mío, vuelve,
sé como gacela o como el cervatillo
que baja por el monte de Beter,
pues en la noche, en mi lecho,
busqué el amor de mi alma,
lo busqué y no lo encontré.
Sólo hallé a los guardias que guardaban la ciudad,
y no supieron decirme dónde estaba
el amor de mi alma.
Apenas los hube pasado,
hallé a mi amor y lo apresé,
y no lo soltaré hasta invitarlo a la casa de mi madre,
a la alcoba caliente en que me concibió mi madre.
El novio
¡Ah, muchachas de Jerusalén, yo os conjuro
por las gacelas y las ciervas que en el campo corren,
que no despertéis ni desveléis a mi amor
hasta que quiera!
El poeta
¿Qué es aquello que se alza en el desierto
como una cortina de humo
sahumada de incienso y mirra
y polvo de exóticos perfumes?
Es la litera de Salomón,
escoltada por sesenta valientes,
la flor de los valientes de Israel,
diestros en la espada y en la guerra,
todos con su espada en la cintura
porque temen los peligros de la noche.
El rey Salomón se ha hecho un palanquín
con madera del Líbano,
con columnas de plata y el respaldo de oro,
cuyo asiento las hijas de Irael
tapizaron de púrpura y de amor.
Salid, mujeres, salid muchachas de Sión,
contemplad a Salomón,
con la diadema que, en su boda,
su propia madre dibujó en su pecho.
El novio
Eres bella, amor mío,
tus ojos son palomas que emergen de tu velo;
tu melena, un rebaño de cabras jubilosas
que descienden saltando del monte Galaad;
tus dientes, un hatillo de ovejas esquiladas
saliendo de su baño en las aguas del río,
todas con crías mellizas y ninguna estéril;
tus labios, una cinta escarlata
y tu hablar, música y hechizo;
tras el velo, dos granadas rojas y cortadas,
tus mejillas...
tu cuello, la torre de David donde cuelgan todos sus trofeos,
sus mil escudos y estandartes los valientes guerreros de Israel;
y tus pechos, como crías mellizas de gacela
que saltan hacia mí, paciendo entre azucenas por los valles...
Antes de que la brisa se levante
y se retiren las sombras,
subiré a los montes donde la mirra yace,
donde el incienso duerme, a las colinas...
Eres toda hermosa, amor mío,
no hallo en ti defecto alguno.
Ven, novia mía, ven, llégate del Líbano,
vuelve, amor, desde la cumbre del Amaná,
desde las cumbres del Sanir y del Hermón,
abandona la guarida de los leones,
los montes de los leopardos...
Me has robado el corazón, hermana y novia mía,
me has robado el corazón con una sola mirada de tus ojos,
con una sola vuelta de tu collar, ay,
qué hermosos tus amores,
mejores son que el vino tus amores,
mi corazón llenan tus perfumes
y tu boca destila miel virgen sobre mí,
la leche y la miel que ocultas debajo de tu lengua...
Eres huerto cerrado, novia mía,
huerto cerrado, fuente sellada;
tus brotes paraíso de granados,
azafranes y nardos,
aromas de canela,
árboles de incienso,
mirra y pequeños puñados de áloe
para curar las heridas de mi pecho, ay,
la fuente de tus jardines, cuyas aguas
desde el Líbano llegan hacia mí...
Despierta, cierzo,
llégate, ábrego,
soplad en mi jardín
y levantad deprisa todos sus aromas,
para que entre el amado en su huerto
y coma de sus árboles frutales...
El novio
hermana y novia mía,
a cosechar mi bálsamo y mi mirra,
a comer de la miel de tu panal,
a beber de tu vino y de tu leche...
El poeta
¡Comed, y bebed, embriagaos!
La novia
Yo dormía, pero mi corazón velaba,
la voz del amado me llamaba:
«¡Ábreme, hermana, mi paloma! –me decía–,
mi cabeza está cubierta de rocío,
y sus bucles del relente de la noche»
Me había quitado la túnica
y no sabía ponérmela de nuevo.
Me había lavado los pies
y ¿cómo volver a mancharlos?
Por el hueco de la cerradura
mi amado su mano entró,
y mis entrañas temblaron.
Me levanté y quise abrir la puerta
al nombre de mi amado,
y mis manos eran sólo mirra destilada
cayendo de mis dedos
sobre la cerradura.
Abrí yo misma las puertas a mi amado,
pero el amado no estaba, se había marchado ya,
y el alma se arrojó en su busca tras la huida.
Lo busqué, mas no pude encontrarlo.
Lo llamé, y no me respondió su voz.
Desesperada me hallaron los centinelas que guardan
la ciudad, golpeáronme, me hirieron,
despojáronme del chal
los guardianes que cuidaban las murallas.
Yo os conjuro, mujeres,
muchachas de Jerusalén,
si encontráis a mi amado
decidle que he enfermado de amor.
Jock Sturges
El coro
Eh, tú, la más bella de todas las mujeres,
¿qué distingue a tu amado de los otros
para que de esa forma nos conjures?
La novia
Mi amado es moreno claro, oro puro su cabeza;
racimos de palmera las guedejas de su pelo,
negras son, negras como cuervos negros;
sus ojos son palomas en la orilla del río
que se bañan en leche junto a los estanques;
campos de balsameras sus mejillas,
lirios son sus labios, manaderos de mirra;
tiene sus manos torneadas en oro,
engastadas con piedras que de Tarsis trajeron;
su vientre pulido marfil que los zafiros cubren;
parecen sus piernas columnas de alabastro
creciendo hacia lo alto sobre basas doradas;
su porte es como el Líbano, esbelto como sus cedros,
y su paladar dulcísimo, ay, muchachas de Jerusalén,
así es mi amigo, sí, así es mi amado.
El coro
Dinos, tú, la más bella de todas las mujeres,
¿adónde fue tu amado?
La novia
Mi amado bajó a su huerto
a recoger azucenas....
Eres bella, amiga mía, como Tirsá,
encantadora como Jerusalén,
imponente como un ejército dispuesto para la batalla.
¡Aparta de mí tus ojos, no me humilles con tus ojos!
Tu melena es un hato de cabras descendiendo del monte Galaad.
Tus dientes, un rebaño recién esquilado saliendo de los ríos,
todas con mellizas y ninguna estéril.
Tus mejillas, dos granadas rojas que emergen de tu velo.
Sesenta son las reinas, ochenta las concubinas,
pero mi paloma es única, capricho de quien la engendró:
ante ella inclinan su cabeza las doncellas,
las reinas y las concubinas:
¿quién es ésta que como el alba llega,
como la luna hermosa que como el sol refulge,
imponente como ejército en formación de guerra?
Había yo bajado el huerto de las nogueras
a contemplar la floración del valle,
a ver si las vides se cernían,
si florecían los granados,
cuando mi deseo me subió a los carros de Aminadib,
y yo no lo sabía.
El coro
Vuelve, sulamita, vuelve,
que queremos contemplarte.
El coro
¿Por qué queréis contemplar a la sulamita
danzar entre los coros?
El novio
Ah, hija de príncipe,
cuán hermosos son tus pies calzados con sandalias;
no necesitan aros ni collares tus caderas,
las que tallaron los orfebres;
y yo tu ombligo contemplo,
y sólo veo una copa redonda y rebosante
de vinos aromados...
y tu vientre, ay, como un montoncito de trigo
encinto de azucenas,
gacelas mellizas tus pechos
y tu cuello torre de marfil,
y tus ojos las piscinas de Jesbón, de aguas desbordadas
junto a la puerta de Bat Rabin,
tu nariz, sí, como la Torre del Líbano
que vigila el camino de Damasco,
y tu hermosa cabeza flotando en el aire
como el Monte Carmelo,
con su melena y su púrpura
donde un rey en sus trenzas está preso y ya no sabe [salir.
¡Qué bella eres, cuánta hermosura
amor mío, cuánta delicia!
tu talle es flexible como una palmera
con dos racimos gemelos,
y yo pienso alzarme a la palmera
y cosechar sus dátiles;
tus pechos racimos de uvas,
tu aliento, perfume de manzanas,
el vino más generoso tu paladar manante.
La novia
y moja sus labios dormidos,
el vino de mi boca, su copa más preciada...
¡Oh, ven, amado mío!
salgamos al campo,
pasemos la noche en las aldeas,
vayamos de mañana a ver los racimos
que en las cepas se ciernen,
si se abren las yemas,
si florece el granado:
allí te entregaré el don de mis amores.
La mandrágora exhala su perfume
y los frutos, amor, inundan nuestras puertas,
los frutos que guardo sólo para ti...
Ah, si fueras mi hermano, criado
por los pechos de mi madre, yo podría
besarte en plena calle sin miedo a los desprecios,
te llevaría de la mano, te metería
en casa de mi madre,
y tú me enseñarías
y yo te daría el aroma de mi vino
y tú beberías del licor de mi granada...
Tu izquierda bajo mi cabeza,
con tu derecha me abrazas...
El novio
¡Ah, muchachas de Jerusalén, yo os conjuro
por las gacelas y las ciervas que en el campo corren,
que no despertéis ni desveléis a mi amor
hasta que quiera!
El novio
¿Quién es ésta que sube del desierto
apoyada en los brazos de su amado?
Te desperté debajo del manzano,
allí donde te concibió tu madre,
la que te dio su luz.
La novia
Ponme como un sello en tu corazón,
como un sello en tu brazo,
pues es poderoso el amor como la misma muerte
y como el Seol mi pasión es fuerte e implacable:
saetas de fuego son sus flechas, llamaradas de Yahvé.
No pueden los torrentes apagar la llama,
y no podrán los ríos anegar el fuego,
pues mis pechos son las torres, y yo una muralla
que a mi amado protege en su refugio....
Excalibur
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