El Toro de Barro

El Toro de Barro

sábado, 23 de junio de 2012

"La rosa de Hal.Lach", de Clara Janés.




La Rosa de Hal.Lach(1)






Pero existe la fe de la estrella
en todas las estrellas[2] -escribió en la playa.

El oleaje exhumaba la memoria de un océano sin fin
y del sol emergiendo de la oscura caverna.
Sobre las noches y los días,
el escarabajo improvisó una danza,
y a la orilla del río, el papiro entonó una endecha azul:
una palabra sabia está más escondida
que las piedras preciosas.

Buscad esa palabra dijo el rey.
Y los peces del Nilo se sumergieron hacia el légamo
y los lotos la elevaron del cieno a las alturas.
Y la palabra quedó dentro de la fórmula
trazada por el mago
entre los cuernos de la luna.
La reina la veneró, la incorporó a su libro.
Con tinta de azafrán dibujó sobre las hojas alisadas
la forma que no acaba,
y colocó su libro junto al Libro de los muertos.
Cuando llegue la hora,
fecundará los signos de las vendas.
Con el sol entraré en el mar,
me cubrirá la escritura del agua, de rizos en la línea,
recorreré todas las vías
y cruzaré todas las puertas,
destellará la letra que es una serpiente
y la que es una pluma de ave, que indica la alegría.
Bastet hará sonar el sistro
para que las nubes se llenen de ánsares.
Y el cazador atrapará un antílope,
y llegarán a la playa portadoras de flores
mientras mi cuerpo
libera al vuelo sus dos almas.

Y la ola voluptuosa acarició los trazos de la orilla
y los borró.
Y el mar se replegó en sí mismo.

Pero existe la fe de la estrella 
en todas las estrellas -escribió en el desierto.



Eran letras que llamaban a sus antepasados
con agudos picos en insistente sierra.
Venga un tuppu alombado,
escrito con estilete de caña y secado al sol,
donde se narre el origen del mundo,
el cálculo mayor del que los demás nacen.
Vengan los sabios y sepamos qué es el tiempo
y cómo se divide,
y sepamos qué es el espacio,
y tomemos medidas con regla y compás.
Vengan los que crearon las tablas para contar
y los que trazan los círculos
de los siete cielos, rodeados de ángeles,
por los que corren los animales del horóscopo:
todo se halla bajo el poder del signo,
todo está cifrado en las posiciones de los astros,
de modo que el que siembra
y vierte agua en los surcos y cava los regueros,
mira a las estrellas del este y del oeste,
porque en el cielo están marcados con luz los sucesos y presagios,
incluso el descenso de Inanna a los infiernos,
y las hazañas de Giglamesh,  
que sintiendo en su cuerpo la aridez de la tierra,
buscó el agua profunda,
y de este modo persuadía a los ancianos:
para terminar los pozos, para terminar todos los pozos del país,
para terminar los pozos y las concavidades pequeñas del país,
para ahondar los pozos, para completar las cuerdas que se amarran,
no nos sometamos a la casa de Kish, ataquemos con las armas.

Y se hicieron las armas
y se forjaron de metales que estaban escondidos,
que no existe el lugar donde se pisa el zafiro y el oro,
que todo se halla oculto.
Para terminar los pozos, para terminar todos los pozos del país…

Agua,
agua que fecunda hasta el desierto estéril
y le otorga una rosa, una macla nocturna
hija del frío súbito,
el frío contra el que nada pueden los conjuros,
el frio que paraliza las arenas…

Y el viento, suavemente, besó todas las letras y las deshizo.
Y luego trasladó una duna a la zona borrada.

 Pero existe la fe de la estrella 
en todas las estrellas -escribió en la corteza de un árbol.

El árbol callaba,
reducía su sombra para que brillaran las palabras.
Y la diosa que moraba en él dejó ver su imagen.
Sostengo dos pájaros, dijo,
uno en la cima que contempla todo el orbe,
otro en las ramas que se come los frutos,
inmortal y mortal, conciencia y acción, juntos
forman la fuerza y la fragilidad,
la luz del alma,
y el que está por encima del hombre,
el que está más allá del ser y del no ser,
realidad de la realidad,
germen que todo lo ve y todo lo juzga,
porque  el animal no juzga,
la planta no juzga,
la montaña, la roca, el mar no juzgan.

Vamos a ser con el animal.
Vamos a ser con la planta,
con la montaña y con la roca, y con el mar,
porque en el interior del corazón cabe todo el universo,
cielo, tierra, fuego, viento, sol, luna, relámpago, estrellas,
y, fundidos pero no confundidos, giran,
y giran las ruedas del yo y el no yo,
de luz y sombra,
nacimiento y muerte.
Y vagan como el sol que avanza resonando.


Vamos a ser el sol, con pies y manos,
y con el intelecto, el más rápido de los pájaros.

Hay que sentarse sobre el león,
deshacerse del mal como el caballo se sacude de sus crines,
deshacerse del cuerpo
como la luna se desembaraza de la boca del eclipse…
tenderse sobre la espalda del agua,
venerar la tierra y sus cuadrados ascendente y descendente.
Y no anublar el cielo.
Y no cortar árbol ni enredadera ni matojo.

Y llegó el animal y sobre lo escrito,
con las uñas, garabateó sus señales
y deshilachó la madera
hasta dejar desnudo el tronco en su capa leñosa
anterior a los mensajes.


Pero existe la fe de la estrella 
en todas las estrellas- escribió sobre una hoja.

Y todas las trinidades,
todos los nacidos de virgen, los resucitados,
los arrojados a un pozo,
los abandonados en una cesta al correr del río,  
los que transformaron bastón en serpiente,
los que separaron las aguas,
los que anduvieron sobre las aguas,
los que profetizaron la llegada del Mesías,
los constructores de templos y palacios,
los que escribieron libros de sabiduría
se alimentaron de renuevos,
porque, aunque el árbol se seque, sus raíces le dan savia,
que no se detiene el curso de las sucesiones,
ni el de las mutaciones, los cataclismos,
las guerras, los cambios de la suerte…

Morir, desvanecerse, renacer
claman por la paciencia.
Y la paciencia del más paciente clama:
Él traslada los montes sin que se den cuenta y los zarandea en su furor.
Él sacude la tierra de su sitio y se tambalean sus columnas.
Y, como hombre, el más paciente se endereza,
se pone en pie y se doma a sí mismo
tal, en el yunque, el metal doblado por el herrero,
y se erige en individuo frente al dios:
De piel y de carne me vestiste y me tejiste de huesos y de nervios.[…]
Como a un león me das caza y repites tus proezas a mi costa.
Y hombre, hijo del hombre, nacerá el nuevo dios
y hasta el templo será el cuerpo del hombre.
Y el dios hombre se entregará en sacrificio como cordero.
Se ensombrecerá el sol, los cielos se abrirán
y será noche el día
y de la tierra se levantarán los muertos.
Y todo quedará envuelto en el enigma
y escrito sobre pieles de animales.

Morir, desvanecerse, renacer…

Darren Holme

Pero el amor del hombre a la línea recta,
el amor al diálogo, a la idea, al silogismo, a la ecuación…
Penetrar todos los puntos del dibujo de la forma
y entrar en la materia, en lo que fue,  to ti hn einai

Y la escritura fecundada por la razón,
rebasa la letra consonante de los hombres de Canán
y la letra vocal de Micenas.
Y todas las letras reinan en su emplazamiento
en bloques de diorita, obeliscos, muros,
rollos de papiros, tabletas de arcilla,
óstracas, códices,
porque hay que escribir también lo que no está escrito,
esas ondulaciones invisibles que nacen del cerebro,
ese ir y venir, condensarse y dispersarse de las ideas,
esa plegaria sostenida ante el misterio,
ese canto que brota de la sorpresa
al ver las hojas danzando sin su materia en el agua
y el ave que las cruza sin su materia, seguida de su sombra transparente,
y el jazmín que ni en la sombra puede ocultarse…

Y así el pincel chino traza
un signo entreverado que todo lo descifra,
dibuja un caballo que son diez mil caballos,
y equilibra como en un sello las rayas que significan,
y todas las letras se asombran
ante sus trazos en la seda y el delicado papel.
Y anuncia con descargas de pólvora:
más allá de lo ilimitado:
 lo ilimitado.
 Más allá de lo infinito:
 lo infinito
¿Quién se atreve a preguntar otra cosa?

Guárdese silencio ante el cuerpo y la mente,
guárdese silencio y repita el hombre sobre sí mismo
las palabras que apaciguan:
su estado es lo inútil.
¿Qué podría entonces perturbarlo?
Descubra la indetenible quietud sobre los lomos del tiempo,
la pausa ante una cesta de manzanas
o un parque de anacardos;
cuide el paisaje porque un puente, un camino, un templo
deben adecuarse a los montes y los ríos
moldeados por el viento y por el agua.

Y uno dice:
En medio de la montaña,
 junto al barranco,
 la casa solitaria y silenciosa.

Y dice el otro:
Vuelvo a mi hogar,
 veo en la hierba gotas de rocío.

Y dice más allá un tercero:
Un mundo de rocío
 y en una sola gota
 la discordia.




Y dice más acá un cuarto mirando los sucesos:
¿Qué fueron sino rocíos de los prados?

Y galopa la muerte soberana
con nubes de polvo y repiqueteo de cascos.
Y el caballero castellano no se inmuta,
pero el monje budista suelta una carcajada
y escribe con su último suspiro:
mi espada se recorta contra el cielo;
con su hoja bruñida decapitaré a Buda
y a todos sus santos.
Que caiga el rayo donde quiera.

Un mundo de rocío, un mundo de rocío sobre una hoja…

Y la lluvia lloró sobre todas las hojas y también sobre aquella,
y la lanzó al río.

Pero existe la fe de la estrella 
en todas las estrellas.



Y nadie detuvo al sol.
Y el sol saltó al otro lado del mar
y se coronó de plumas de colores 
y otorgó plumas a la serpiente de agua
y a otros animales
y a las piedras las hizo bailar y cantar
y a los hombres y a los dioses cubrirse de máscaras y tocados.

Corre el sol por encima de los campos de maíz
y las pirámides escalonadas donde desciende la serpiente,
nada son para él los sacerdotes del viento,
dueños del rojo del crepúsculo,
ni el bebedor de la noche,
ni la mariposa de obsidiana,
ni Tezcatlipoca,
espejo que ahuma
con los pedernales de su cabeza,
ni la culebra de las nubes,
ni el dios de la lluvia, ricamente ataviado,
chaquetín de rocío,
collar de jade,
manto de imanes terrestres
para atraer las piedras cristalinas.
Porque él es todos y cada uno de los soles,
el primero 4 tigre, el segundo 4 viento,
el tercero 4 lluvia, el cuarto 4 agua,
el quinto 4 movimiento.
Llega la rosa de piel de oro con la sonaja,
llega la Cinco-flor que toca todos los instrumentos,
llegan las Bellezas del Día
¡Dadores del Amarillo!¡Dadores del Verde! 
Y con el verde y con el amarillo
y con todos los colores del arco iris, haciendo nudos,
el hombre de esta parte escribe sus tikpus,
y en finísimas cortezas de árbol dobladas  
recoge los cantos que entona acompañado de atabales,
flautas de caña, caracolas marinas… Más allá del mar…

Más allá del mar, los inmensos cactus, los altos árboles, la selva,
selva, selva, selva custodia de lo ignoto y la raíz,
selva custodia del aire ondeante donde todo está escrito.
Seamos selva, seamos aire, porque aire es el aliento,
aire que despierta al fuego.
Y lo escrito ha de estar escrito en letras de fuego.




Venero al que llama a sus dichos de amor:
lámparas de fuego,
y a la que dice:
sin saber qué hacer
recorto la mecha de las candelas.
Y ensalzo a ese de pelo cano
que corre por las calles y salta para arrancar una ramita de árbol
y arrastra tras de sí a un domesticador de pájaros
y al sultán Ahmet con una flor en la mano...
Y venero al que con cautela
lleva un cuenco lleno de leche con una gota de sangre
y busca la pureza del agua de manantial.
Y al que me ha dado el hilo de plata
para tejer este poema.
Y al que, tal Prometeo,
robó de las antiguas tradiciones
la unión de la rosa y del fuego.

Y una mano aproximó la llama
y ardieron todas y cada una de las palabras
y se transformaron en cenizas.

Hubo entonces grandes extensiones de silencio,
mientras las cenizas se unían hasta paralizar la tierra entera.

Pero crecieron el Tigris y el Eufrates, los dos ríos fértiles,
y desataron lentamente la superficie.

Y bajo aquella ceniza se descubrió un rescoldo:
una rosa en cuyos pétalos de arcilla,
en indeleble cuneiforme,
estaba escrito:

Pero existe la fe de la estrella 
en todas las estrellas.